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Y puedes abandonarme, alejarte hasta no verme más, que yo permaneceré en el mismo sitio, tranquila, sin respirar siquiera, tan solo viendo al mundo moverse, viéndote a ti partir.

No es preciso un hilo rojo para encontrar el camino, un fuego fatuo que ilumine el deseo. Pero aún así seguiré aquí, callada, observando.

Que caigan piedras, que lluevan cuchillas, que lloren sangre los árboles que me tapan el sol: ni el crujir de mi sombra romperá mi silencio, arreglará mis astillas, quitará el armazón que dice "hasta aquí" o "hasta aquí no". 

No importan los llamados, el pasado, los anhelos. Solo el buen ser sacó a Excálibur de su roca, pero se enmendó el error y se reforzó la piedra, que cual lápida mantiene al muerto con ella. 

Me planto aquí hoy, mañana, siempre, nunca. Los soles pasan y torturan mi sed, las lunas castigan mi amor. No importa quién venga o quien valla, la maleza me cubre y obstruye el camino... como si hiciese falta.

Solo me pongo en pie en sueños, sin temblar, sin vacilar. La lluvia me atrapa pero la corto, las sombras me persiguen pero las espanto. Abandono la cueva, salgo del agua, despierto. Y vuelvo a estar en el mismo lugar porque, no importa que pase, tengo una condena que pagar.

Textos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora