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Hace tiempo me dijiste que moverías la luna y la tierra por mí, que alimentarías un tigre con la mano como prueba de tu amor. Me juraste que tendríamos un amor peliculero de esos que solo encuentras en los libros, de los que al verlos se te sale la miel por los poros. Incluso bromear diciendo que lo único que no tendríamos sería una historia de Capuleto y Montesco pues no tendríamos que morir para ser del otro.
Anoche escuché esas misma promesas salir de tu boca pero nunca llegaron a mí, sino que dieron un par de vueltas y llegaron a otra. No vi su rostro, sólo podía ver el tuyo y el brillo que poblaban tu mirada, un brillo que no veía desde hacía mucho hoy tiempo. Tu no me viste, estaba frente a ti pero me atravesaste como se atraviesa a un fantasma. Yo te llamé, grité tu nombre y grité el mío pero tú solo escuchabas el agua de la fuente caer. Te seguí con lágrimas en los ojos viendo como te acercaba a a ella, viendo como la penumbre se convertía en luz pero aún sin la capacidad de ver su rostro.
Tu la cogiste de la mano, acariciaste sus brazos, la miraste sonriendo, la tomaste del mentón como se toca una flor de cristal. Acercaste tus labios a los suyos cuidando de no romperla con algún gesto brusco y yo lloré sin poder ver su rostro pero con la condena de ver el tuyo.

Textos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora