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Ella me sonrió y yo supe que estaba lista. Vi cómo arreglaba una vez más su falda, cogí mi bolso y salí de habitación dejando atrás el espejo. Ya en la calle caminé sin mirar atrás, con la frente en alto y la mirada decidida. No iba a caer, me lo había prometido y pretendía cumplir mi promesa.
Si dejar de ser una víctima implicaba cambiar mi forma de ser entonces no me importaría que me juzgarán por ser otra.
Habían muchos obstáculos pero seguí mi camino sin inmutarme, no iba a ceder, no está vez. Entonces vi la entrada, la gente, las miradas. Casi me derrumbó pero seguí caminando... Y sonreí, sonreí como nunca lo había hecho, sonreí con el alma.
Mi madre siempre decía que yo era igual a mi padre, que los Merino nos caracterizábamos por cursas maestrías y doctorados en víctima. Eso iba a cambiar.
Fue allí cuando desperté. Volvía a ser yo, volvía a ser la misma figura insegura y patética que se acurrucada en una esquina sin poder defenderse. Aquella que se rinde sin intentarlo, que hace lo que piden y no sabe decir "no". Regresaba a ser la misma muñeca de cuerda sin voluntad propia.

Textos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora