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Amo cuando me miras, bajando la cabeza como con timidez. Entonces veo tus brillantes ojos a través de tus largas pestañas, esas pestañas que agitas lentamente cuando miras al horizonte imaginando historias que jamás vas a contar.
Tu mirada, la más triste que he visto, me hace perder el rumbo, me hace soñar con finales felices y princesas en castillos protegidos por dragones. Pero tú sonrisa es distinta, porque ojos tan tristes no van con esa sonrisa. Porque tu sonrisa no refleja ni felicidad ni tristeza, sino la ira del propio dragón, la maldad del fuego que exhala y la venganza de sus filosos dientes y garras al incarse en la piel hasta atravesarla.
Sin embargo, es imposible no amar tus facciones, tus gestos, esos suspiros que sueltas sin motivo en medio de los silencios. Y cómo no amar que me recuerdes, que me me mires, que me sonrías aunque en realidad no me veas a mí sino a un alma vacía, confundible con la muerte, que te observa desde las sombras cual acosador.

Textos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora