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Una vez el mundo dejó de moverse para mí decidí dejarlo todo hasta que las cosas volvieran a funcionar por su cuenta. Mi solución fue esperar a que algo ocurriera, así me alejé de todo lo que amaba. En algún momento empezaron a llenarse de telarañas mis engranajes, empolvarse mis superficies, agrietarse mis labios. No lo noté hasta que fue muy tarde y ya no podía moverme más que lo suficiente para vivir... si es que esto es vivir.
Ni siquiera recuerdo cómo pasó: de un momento a otro se marchitaron mis flores sin previo aviso; no conté con esa posibilidad. Ahora estoy estancada en arenas movedizas, tan hundida que mis intentos de salvarme solo son capaces de arrastrarme más hacia el fondo.

Textos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora