45. Sentir el mar, dejarse llevar.

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Correr, el movimiento marcado por mis piernas al que estoy acostumbrado en momentos de peligro pero no como este ya que ahora es mi vida y la de Eva la que corre peligro. La veo ir por delante mía esquivando las ramas marcándome el camino a seguir. Si su memoria no fallaba, cosa que pasaba pocas veces íbamos en buena dirección hacia el caballo que habíamos dejado atrás la tarde anterior para disfrutar de ese momento de paz en la oscuridad del cuál pecamos al no mantenernos en alerta. No sé como no se me pudo ocurrir que hiciesen lo posible por encontrarnos y más si el príncipe es quien lo ordena todo, por su bien Eva tiene que estar cuanto antes en la habitación de la que la saque o finalmente acabarán descubriéndole a él si es que no lo han hecho ya.

Intento centrarme en nuestras respiraciones para saber si los vigilantes están más cerca de lo que creemos. Con el ritmo acelerado de ambos nos alejamos, dejamos atrás todo lo que era nuestro permitiéndolos que profanen en nuestra intimidad. 

-¡Cuidado!- me avisa Eva al ver mi desconcentración.

De pronto un fuerte y grande árbol a escasos centímetros de mí me hace perder el equilibrio aumentando la distancia entre Eva y yo por el susto al pensar que con la velocidad a la que iba podía haberme quedado tendido en el suelo sirviendo de regalo para los que nos buscan. Veo como se gira buscándome entre todo el paisaje que abandona, en sus ojos veo la preocupación que la hace frenarse para esperarme y pese a todo intento de hacerla continuar adelante hasta que no llego hasta ella no parece dispuesta a seguir andando.

-Por mucho que corráis os encontraremos.- oímos como advertencia a lo lejos pero lo bastante cercana como para saber que puede que no haya una escapatoria.

Con la mirada clavada en la profundidad de sus ojos veo como hace un movimiento con el brazo y me indica con la cabeza que baje los ojos para verlo pero sin tener esa necesidad ya que el azul marino de su mirada me tiene enganchado cojo su mano en un gesto tierno y suave dentro de las aceleradas pulsaciones junto al frenético bombear de nuestros corazones. Les oímos, giramos a la vez la cabeza para encontrarnos con un par de puntos a la distantica que nos hacen tener que volver a dejar cualquier momento bonito para cuando no haya gente delante, por muy lejos que puedan estar. Volviendo a correr damos los primeros pasos de la mano sin entorpecernos pero cuando intento centrarme en nuestras respiraciones noto otras más cercanas que me obligan a soltarla la mano para no ser un lastre. Puede que corramos a la misma velocidad y que yo sea más ágil en cuanto a movimientos pero sin duda la maestra a la hora del despiste es ella, a la que están buscando.

-Seré el cebo, corre Eva huye- la digo cuando nota el frío en su mano.

-¿Qué?- se queja aún corriendo el uno junto al otro- No pienso dejarte hacer eso, podemos despistarles.

-Ya he sido el cebo y se me da bien, a ti se te da bien ser huidiza así que hazlo.

-No, Hugo, no vas a volver hacer eso- se aleja por culpa de una roca volviendo acercarse a mí después- Vamos juntos.

Tiro de su brazo para frenarla el menor tiempo posible atrayéndola hacia mí para despedirnos, junto nuestros labios notando la ira que desprenden junto a la adrenalina y el miedo que se entremezclan formando nuestro último beso que va a decidir si nos volveremos a ver o no, si las próximas noticias que recibamos el uno del otro serán malas o si acaso llegaremos a oír esas noticias. Muerde mi labio cuando nos separamos dejándome rozar nuestras narices por un breve instante antes de que volvamos a oír, esta vez más de cerca, a los vigilantes que se han convertido en cazadores.

-Nos vemos Eva- digo soltando su brazo.

-Nos veremos Hugo- la oigo despedirse con una sonrisa conteniendo las lágrimas.

Los ojos del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora