3. La casa rosácea

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Tras el trato con Herg Stark volví a casa con la esperanza de alegrar a mí madre. Habían pasado tantas cosas en menos de lo que dura un día que quizás mi no rechazo a la escuela conseguía que la noche no fuese tan mala como pintaba. Pero era tarde y mi noticia llegaba con el tardío disfrute de mi propia alegría en el sendero de vuelta. Cuando me quise acercar a la puerta del dormitorio de mi madre los llantos se habían hecho con el poder de su cuarto. La veía en mi cabeza acurrucada en el lado de la cama de mi padre y con las sábanas arrugadas en la fuerza de su puño desgastado por el trabajo. Quería entrar, abrazarla y calmarla diciendo que volvería, que se acabaría aliándo al bando ganador consiguiendo la victoria, la vuelta a casa. Pero no lo hice, no entré, no la avisé sobre la nueva noticia y tampoco la animé. No hice nada de lo que haría un buen hijo ya que preferí huir e irme. Me fui a mí habitación donde reinaban los leves y primerizos ronquidos de mi hermano olvidándome de todo. Mi madre, mi padre, la Snaga, Herg y su pacto. Todo formó parte de un segundo plano al cerrar los ojos.

Cuando me levanté y fui el primero en servirse su vaso de leche nadie preguntó nada ya que no era sospechoso hasta verme con la bolsa, donde llevaba un par de hojas con bolígrafos para la escuela, colgando de mi hombro. Las alarmas saltaron y las sonrisas salpicadas de sorpresa llenaron el rostro de mi madre y mi hermano.

-Para evitaros las múltiples preguntas- miré a mi madre- sobre todo a tí. Hablé con el señor Stark e hicimos un trato- alterné mi mirada entre sus ojos- El dinero seguirá siendo el mismo, por el resto no os preocupéis.

-¿Debería interesarme por ese resto?- añadió mi madre intentando saber que pasaba.

-Para nada, sabes que con ellos nunca correré peligro mamá- miré a mi hermano que tenía su bolsa en la espalda- Marchemos soldado.

-Tened cuidado en el camino y Rafa presta atención- se despidió mi madre.

Antes de que pudiese responder con quejas y reproches le empujé fuera para ponernos rumbo a la escuela. Yo tenía que hacer una parada que requería perder tiempo, y necesitaba encontrarme a Flavio para que Rafa no fuese solo ya que no quería meterle en el pacto. Ir junto a Rafa supondría preguntas por parte de ambos y que mi madre se enterara del trato con Herg, no me interesaba que eso pasara aunque el trato era de lo más sencillo y lo más seguro es que se alegrase de que el señor Stark confiase en mí para ello. Cuanto más nos acercábamos al momento donde mi hermano y yo nos separaríamos más nervios tenía. Seguro que Rafa se quejaría e intentaría venir conmigo pero no iba a poder ser, esta vez no. Y Flavio, Flavio no aparecía por ningún lado, posiblemente hoy hubiese salido antes de casa que nosotros.

El cartel, dos direcciones que nos separarían. Tampoco era de mi agrado dejar solo a Rafa pero debía hacerlo para poder ir yo a la escuela. Me frené en seco frente al poste señalizando las rutas algo desgastado consiguiendo que Rafa me mirara por primera vez en todo el camino dejando la historia que había empezado a contarme a medias.

-¿Qué pasa?- pregunto a mi silencio- Venga Hugo que al final llegamos tarde.

-Rafa sigue tú, yo tengo que hacer un recado y para ello me tengo que desviar- le cogí ambos hombros buscando algo en su mirada- Ve a clase y de esto no le digas nada a mamá.

Afirmó con la cabeza, tendría preguntas que hacerme pero sabía que no debía y yo comprobé que podía confiar una vez más en él para este pequeño secreto que quería hacer solo mío.

-Rafa, si te encuentras a Flavio ves junto a él- grité para que me oyera desde su sitio.

Se había alejado andando y hasta que no le perdí en el fondo del camino viendo solo un punto no empecé a caminar rumbo a casa de las hermanas. Si tengo suerte las dos pequeñas habrán salido ya de casa y solo quedará ella, Eva. La casa no estaba mucho más lejos del camino central que llevaba a la escuela y el centro de la aldea. Era una de las casas más céntricas, eso es lo que valía el dinero. La distinguí ya que era la única que tenía un jardín bastante cuidado al comparar con sus tíos, había oído que a ella le gustaba pasar mucho rato en el jardín y por eso siempre lo mandaban tener al día. Era demasiado grande, incluso más que la de los Stark y tenía un color rosáceo por culpa de los materiales que estaba hecha, no entendía mucho de eso pero si lo suficiente como para saberlo.

Me adentré en el jardín por el pequeño camino de tierra que había hecho hasta llegar a la puerta principal. Al comparar con la de sus tíos está era nueva o casi nueva, brillaba ante la luz del sol y podía asegurar que cuando la abrieran no sonaría ningún crujido de decadencia.

-¿Quién eres?- una voz me sobresaltó por la espalda consiguiendo que me girara al completo como un animal asustado- ¿Tú? Yo a ti te conozco- se acercó subiendo los tres escalones que yo acababa de pisar y apuntándome con su libro- ¡Ah ya sé quién eres! ¿El chico que trabaja para mis tíos verdad?

Afirme con la cabeza sin conseguir decir ninguna palabra, el susto que me había dado había conseguido descolocarme. Me había visto ayer y no me recordaba con demasiada claridad, o al menos eso me acaba de hacer creer. Estiró su mano como el día anterior a modo de saludo y yo le correspondí sin entender muy bien si de verdad no me había reconocido o se había hecho la que no me conocía.

-Bueno, ¿Vas hablar? ¿Qué haces aquí?- tenía más firmeza en la voz que ayer.

-Vengo a por tí- se notaba el nerviosismo en mi voz- Quiero decir- me aclaré la garganta para conseguir firmeza- Para que me acompañes a la escuela.

-Vaya, esto es nuevo- dijo con sarcasmo- Han venido muchos chicos por aquí a por mí pero ninguno para llevarme a un lugar menos interesante que ese desde luego- río dejando ver su risa no verdadera- Deberías aprender a como cortejar a una chica, una pena que eso no te lo enseñen en esa cuatro paredes.

Se estaba riendo de mí, de mi manera de tratar de cumplir un pacto. No la había bastado con el susto que me había dado que ahora estaba tratando de burlarse de mí sobre cómo trataba yo a las chicas. Desde luego no había ido hasta esa casa asquerosamente lujosa para eso.

-Mira, no he venido aquí para cortejarte, me alegro que muchos chicos venga a intentar enamorarte y no lo consigan, pero yo no lo haría ni aunque me pagaran- me acerqué separándome de la puerta y consiguiendo la firmeza que me faltaba- Yo estoy aquí para cumplir un trato con tu tío, así que coge tus cosas y vamos a la escuela de una vez.

-¿Mi tío?- la sorpresa la invadió- Él no haría eso, sabe que no me gusta. Además ayer fui a su casa para coger libros sobre historia y no tener que ir a clase.

-Bueno, pues esta tarde vas hablar con tu tío, venga no quiero llegar tarde.

-No pienso ir- se quejó dando un paso atrás acercándose a los escalones.

-Vamos a ir, te guste o no- miré la mano que tenía el libro y se lo señalé- Ese libro mismo me vale como material para irnos.

Pasé por su lado mientras me seguía la mirada y bajé los escalones con mi bolsa colgada de un hombro esperando a que me siguiera. Demasiada fe tenía en ella. Seguía de pie con su libro apretado a la cadera con mayor fuerza haciéndome frenar a mitad de camino. Iba a ser difícil y lo más probable es que hoy no lo consiguiese, pero no me iba a dar por rendido hasta que el pacto estuviese hecho. Al final de la semana Eva acabaría yendo a la escuela y con suerte a final de mes ya no tendría que venir a por ella todos los días.

En la suerte no debía de confiar mucho porque siempre me engañaba.

Los ojos del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora