14. Pastillas que llegan en su debido momento

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Con los ojos aún clavados en el techo según me ha ordenado Ana para no despistarla me muerdo el labio con fuerza intentando controlar el dolor que me produce su extraña manera de curarme la herida de la frente que me ha hecho Bruno con la culata de su pistola. Suelto aire en un intento de relajar el labio y las otras heridas que me estoy haciendo yo mismo provocando una pequeña risa en Ana que se aleja negando con la cabeza.

-Pensaba que Bruno se quejaba mucho pero lo tuyo es digno de ver realmente- dice girándose con una venda.

-Mi madre cuando me cura no me hace mi la mitad del daño que me has hecho tú, principalmente porque soy propenso hacerme heridas.

-Tendré que conocerla entonces porque tiene pinta de que te voy a tener que cuidar unas cuantas si tan propenso dices ser. Echa la cabeza para atrás que te voy a vender un rato esa herida para que cuando salgas de aquí sea solo un mancha en la frente.

La hago caso volviendo a fijar la mirada en el techo pero esta vez cerrando los ojos y notando como la venda me rodea un par de veces la cabeza. Aún con los ojos cerrados soy capaz de ver la habitación con su color oscuro y la mesa central llena de sillas mal colocadas todas. Con un golpe en la rodilla me deja ver que ya puedo colocarme en una postura más cómoda y extender mis muñecas para que aún con la cuerda puesta pueda examinarlas superficialmente y saber que es lo que tendrá que hacer en cuanto me las quiten.

Veo como su rostro se contrae cuando logra mover un poco la cuerda viendo la piel rojiza de abajo y mi rostro de dolor por el roce del aire con la piel en carne viva. Una cura va a ser poco y esta vez el dolor no será poco.

-Creo que voy a ver si Bru me deja soltarte esto porque pinta feo- mueve mis manos juntas a su manera- ¿Puedes mover las manos aún?

Lo comprobamos a la par mientras intento hacer un puño que pierde toda la fuerza más rápido de lo que debería hacerlo. Su rostro se contrae en una especie de compresión y angustia, sin decir nada y con los ojos clavados en las muñecas como última visión de mi sale de la sala por donde lo han hecho el teatro en busca de Bruno, el chico moreno causante de este dolor y que puede librarme de él también.

Me recoloco en la silla mientras cierro los ojos y suspiro cansado, pensando en poder salir de aquí lo antes posible pudiendo ver de nuevo a mi madre y siguiendo el camino a la escuela con mi hermano, sin desvíos de por medio que me causen estos problemas. Niego con la cabeza con la certeza de que pese a que salga de aquí seguiré deviándome porque no solo se trata de un pacto con Herg sino de una meta que me he impuesto a mí mismo conseguir y es conseguir que Eva vaya al menos este último curso que es necesario para ella.

Vuelvo la vista a la sala donde la única iluminación depende de unos neones con la luz gastada haciendo que tengas que forzar la vista pese a su presencia. La habitación me parece ahora más clara que cuando he llegado e incluso cuando me estaba curando Ana, un tono verdoso que podría ser el de las plantas que rodeaban aquella charca donde me llevó Eva la primera vez, más bien el color del musgo que descansaba sobre las piedras de la charca.

-Te dije que no me siguieras- dice de nuevo la voz de Eva haciéndose paso sin ruido alguno.

Me intento reincorporar en la silla para poder mirarla pero un dolor se intensifica en la parte donde la venda tapa la herida de la culata haciendo que inconscientemente me lleve la mano a la cabeza y cierre el ojo derecho que justamente coincide con la parte de la cabeza dónde está la cabeza. Oigo como sus pisadas no cesan hasta que se acerca lo suficiente a mí para cuando la quiero ver vislumbro su figura apoyada en la mesa en el hueco vacío que ha dejado la silla donde me he sentado.

-¿Por qué? ¿Qué ganabas con esto?- pregunta cruzada de brazos.

-Qué no ganaba pregunta mejor.

-Mira chorvo yo no voy aguantar tus tonterías y mucho menos que me sigas. Tomate está pastilla para el dolor que te servirá y reza porque cuando te saquen de aquí no te hagan sufrir mucho.

Deja un bote transparente con una única pastilla con color rojizo encima de la mesa y se levanta rápidamente con el movimiento constante de negación en la cabeza a la vez que en su cara se dibuja un desprecio con la curva de sus labios hacia abajo y los ojos cargados de una especie de rencor. Sin darme mucho más tiempo para poder formular algo se va igual que ha venido, entre sigilosos pasos que son los únicos indicadores de cuanto se aleja hasta que sale de la sala dejándome de nuevo solo pero esta vez con el martilleo en el lado derecho de la cara y sin agua con la que poder tomarme esa pastilla.

Cierro los ojos mordiéndome el labio y apretando mis manos la una con la otra para aguantar el dolor a la par que espero una nueva señal que indique la presencia de alguien en estas cuatro paredes que se me han vuelto más pequeñas de lo que son. Me concentro en dejar la mente completamente en blanco hasta llegar un punto donde casi rozo el sueño con las yemas de mis dedos o algo parecido a la paz y tranquilidad donde no existe el dolor ni la preocupación por Eva, mi madre y lo que quiera que sea este sitio en el que me he metido. La curiosidad mató al gato, y que gato más bien matado en este caso.

-Hugo, Hugo venga que ya estoy aquí y tus muñecas están libres, tomate esa pastilla anda- me susurra la voz de alguien mientras me pone un vaso de agua en una mano y una pastilla en la otra.

Como si fuese un instinto la hago caso e intento recobrar un poco el sentido de lo que está pasando en este preciso ahora haciendo un gran esfuerzo por abrir los ojos. Los grandes ojos negros de Ana junto a su verruga en la ceja me sonríen de lado y se alejan un poco para dejar el vaso en la mesa desordenada por completa.

-Parece que te has dormido este ratito, no sé si habrás visto a quien te ha traído esa pastilla pero quien haya sido le debes una porque hace milagros que lo sepas- ríe volviendo a su labor de curar- Acabemos con esto venga, a ver esas muñecas.

Adormilado y pensando en la persona que me ha traído la pastilla le extiendo mis muñecas rojas completamente manchadas por sangre y algo parecido a él color de la goma negra que me apretaba. Noto como me cae el agua por las muñecas cuando la echa pero no me quejo, ni tampoco lo hago cuando las desinfecta sino que pienso una vez más en lo que ha dicho sobre la pastilla y el significado que conlleva eso.

Si le diese igual o estuviese realmente molesta no se hubiese dejado ver por aquí y mucho menos me habría dado algo para hacer más llevadero el dolor que como si lo hubiese visto venir ha llegado a la par que su pastilla. Puede que ambos nos estemos implicando un poco de más en el otro sin quererlo y con excusas.


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Espero que os esté gustando el fanfic/novela, no dudéis en hacerme cualquier tipo de crítica constructiva y muchísimas gracias por las visitas, los votos y los comentarios, sois increíbles. Ahora a escuchar 'soy yo' 💜💥🤘🏼

Los ojos del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora