13. Rostros conocidos y por conocer

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El último rostro que vi fue el de aquel chico que probablemente tuviese un par de años más que yo, quizás unos cinco más, y que mostraba cansancio en sus ojos mezclado con la furia que desprendía cada poro de su piel. Aunque no era por mi, ni por verme allí ni por tener que trasladarme a algún lugar después del golpe sino por algo que desconocía y que le había hecho envejecer o mejor dicho crecer de golpe con lo que eso conlleva.

-Venga chaval, despierta va que ya estamos donde querías 'enga-me dice el chico dándome unas suaves palmadas en la cara.

Abro los ojos volviendo a verle, esta vez con el arma guardada pero dejando a la luz un gran chaleco negro que ante el golpe que me ha dado a mí poco hubiese hecho pero frente a los disparos te salvaba la vida. Intento mover mis manos por la poca circulación que noto instintivamente pero me es imposible, mis muñecas no giran apenas y el máximo que puedo separarlas es de un par de centímetros ya que una gran cinta negra me las apretar manteniéndolas juntas impidiendo que pueda hacer muchos movimientos útiles para huir de donde quiera que esté.

-Es un material bastante nuevo- dice señalando mis esposas con la cabeza- Creo que funciona o almenos tú no puedes deshacerte de él fácilmente y daño te está haciendo que si te escapas pues eso te llevas. Ahora venga que nos esperan.

Me levanto intentando no pensar en el bombeo que noto en las muñecas por la sangre que lucha intentado pasar de un lado a otro por la presión nueva. Doy varios pasos sin tropezarme pero pierdo rápidamente el equilibrio y lo que parece ser por un posible mareo dado al golpe con la culata de la pistola se convierte más en un fallo de coordinación al querer seguir el ritmo rápido de mi guía pero con el hándicap de las manos por lo que acabo llegando hasta una puerta donde esperamos pacientemente gracias a su ayuda con su mano en mi brazo casi llevándome a rastas.

-¿Y qué tal está?- se oye desde dentro.

El chico mete un par de números en un teclado digital a la par que espera el momento para poder darle aceptar y entrar sin interrumpir la conversación.

-No sé, al menos esta vivo- suspira una voz que me hace sentirme más cercano a casa que el resto que me rodea.

-Bueno, a ver si así le ha quedado claro que no debe meterse aquí, ese chico al final va acabar mal- añade una tercera voz a la conversación y dándonos paso a mi ayudante para andar y a mí.

-No sé cómo acabará aquel chico del que habláis pero ahora tenemos otro más importante del que hablar.

Me suelta del brazo provocando un débil tambaleo en mi que asusta a todas las personas de las sala. Esta sala en comparación a donde he despertado parece ser dedica a reuniones, tiene una mesa central de un color verdoso junto a un par de sillas de madera donde en varias de ellas hay algún objeto o persona, todas mujeres de edades jóvenes y que se centran en mí. La mesa es redonda sin dar lugar a ningún orden de prioridad aunque probablemente lo haya y no tarde en dar con el cabecilla de esta organización, pero lo intentan ocultar internamente.

-¿Hugo?- dice Eva casi cayéndose de la silla mientras se levanta- Pero dios mío que te ha pasado.

La sala entera pasa de mirarme a mí a observarla a ella aunque una chica rubia me sonríe de lado sin quitarme el ojo de encima e intentando quedarse con todos los detalles que componen mi cara. Es el chico que me traía quien muestra el interés por aclarar la situación ya que como hemos comprobado somos incapaces de leernos la mente.

-Te estaba siguiendo Eva, tú podrías haberme dicho que la conocías al menos- me regaña a mi que intento mantenerme lo más estable posible por el dolor.

-¿Siguiendo? Hugo dijiste que no entrarías aquí de nuevo, lo prometiste.

-Y tú que irías a la escuela- sonrió en una mueca entre el dolor y la chulería que a veces llevo dentro.

-¡Pero eso mañana!- afirmo con la cabeza en señal de igualdad con mi trato y ella empieza a negar con la suya- Es que eres de lo que no hay, ¿No ves que era por tu bien? Ahora... Agh de verdad.

Con las manos intentando controlar no ahogarme sale de la sala por otra puerta diferente que se abre solo con notarla cerca y se cierra justo cuando empieza a mal decirme. Me quedo con sus ojos azules clavados en mi odiándome por haber ido un paso más allá y quizás algo de listo cosa que no debería haber hecho viendo como he acabado.

-No sé qué pensaste al seguirla pero chaval te has puesto en peligro-interviene la rubia levantándose.

La miro intentando reconocer el rostro que veo, sus ojos azules como los de Eva pero de una tonalidad un tanto diferente y que combinan con el rubio de su pelo recogido en una coleta además de la tez blanca con un par de lunares colocados perfectamente en posiciones estratégicas para que ninguno de ellos quede mal en su rostro. El único chico de la sala aparte de yo me da una colleja bajándome la cabeza para intentar enseñarme a no mirar de más.

-Tu deja de mirar tanto que la vas a borrar el rostro y se te van a salir los ojos al final- me regaña.

-Dejale, lo hace porque me conoce pero no sabe de qué- responde rápidamente la rubia.

-¿Cómo? A ver si voy haber dado yo aquí un buen golpe al chaval para que le conozcáis todas.

-No, tranquilo solo debía comprobar quién se iba hacer cargo de Eva porque como ya sabes siempre voy más adelantada a lo que pasa y para cuándo está quiso contarnos todo yo ya conocía hasta a la familia del pobre muchacho, muy majos por cierto su madre te puede arreglar cualquier cosa.

En cuanto menciona a mi madre hago un amago de levantarme para encararme y estar a la misma altura al menos para hablar pero la mano oscura del chico me vuelve a frenar una vez más el impulso de hacer algo que no debo en este maldito sitio.

-Tranquilo el mueble que me hicisteis tu amigo y tú es bastante útil al menos, algo bueno me llevo- dice rematando la rabia que me emana por dentro.

Me remuevo en la silla en intentos nulos de levantarme siendo controlado por el muchacho mientras el resto de chicas que quedan en la sala le piden a la rubia, que ahora reconozco sin dudarlo por ser aquella que nos cerró la puerta a Flavio y a mí en la cara, el favor de ir tras Eva para intentar calmarla o más probable tranquilizar el ambiente que se ha empezado a caldear entre nosotros dos. Con un solo movimiento de ojos en blanco sale de la sala al igual que Eva y dejándonos al resto allí. Dos chicas y él chico que ahora se ha vuelto a poner junto a ellas ya que mis intentos por levantarme han cesado.

-Cuentame Bru- dice una de ellas que me mira intentando adivinar que soy capaz de hacer.

-Es bastante sigiloso, creo que si no me hubiese mandado a vigilar la entrada de Eva probablemente hubiese llegado él solo. Realmente andaba muy sigiloso y ya sabes que nuestra chica tiene buen oído pero no sé cómo lo ha hecho este chaval que ni uno de sus pasos le ha oído.

-Vaya, ganar a Eva en eso simplemente mis felicitaciones- dice la otra mientras se cruza de brazos y afirma con la cabeza- Aunque probablemente la has cagado bastante con ella.

-Eso se podrá arreglar, si tan sigiloso es quiero verlo y así podrá formar parte de esto, sino ya sabéis.

Entre los tres se miran con un gesto de pena combinado con el ruego de que sea capaz de superar la prueba de sigilo a la que me piensan someter ya que no quieren que acabe mi vida en ese "ya sabéis" que no suena para nada a volver a ver a mi familia.

-Ana cúrale la herida de la cabeza o límpiasela que tú eres la que más sabe de heridas- dice la chica que parece tener un papel relevante en el lugar- y tú Bruno vamos hablar aparte anda.

Este afirma y salen de la misma manera que las anteriores chicas dejándonos a Ana y a mí en la sala. Aún tengo las muñecas atadas y no tiene pinta de que ella pueda o tenga el poder de quitarme la goma que me las aprieta con tanta fuerza.

-Te limpiaré eso y lo de las muñecas en cuanto me dejen, no quiero que se te pongan feas chico sigiloso. Voy a por las cosas.

Sentándome en una silla suavemente pierdo la mirada en la goma y la manera de deshacerme de la presión que me ha puesto Bruno sobre ellas. La sala ha pasado de estar llena a quedarme yo a solas con tanta silla vacía y un par de cafés que probablemente pertenezcan a las dos primeras personas que han abandonado la sala. No sé dónde estoy ni dónde se ha metido Eva pero si esto puede acercarme a ella para ayudarla en ese dichoso trato lo haré. Al final va a tener razón Flavio con los secretos, pero ahora Eva y yo tenemos un secreto compartido.

Los ojos del océanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora