CAPITULO 26

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Desembarco del Rey

Nada más llegar a la Fortaleza Roja, Dan se encontró con la mirada de reprimenda de su madre, quién se encontraba en uno de los salones junto con Daemon. La princesa pronto advirtió el amoratado rostro de su hermano menor, pero no dijo nada, puesto que ya sabía de antemano quién le había dejado la cara así; más tarde tendría unas palabras con él, y puede que algo más.

— Por fin te dignas a regresar —dijo Catelyn bruscamente.

— Tampoco he estado fuera tanto tiempo —respondió Dan con sarcasmo.

— El problema no es el tiempo, es que te largaras sin avisar poco después de que intentaran asesinarte en Bastión de Tormentas.

— Precisamente, me fui para investigar quién está detrás de ese atentado. No fue un viaje de placer.

— Espero que haya servido de algo y que compense el mal trago que nos hiciste pasar a tu padre, a tu abuela y a mi.

Dan pronto se dio cuenta de que su madre, y seguramente Daemon también, desconocían el ataque que sufrió en Vado Ceniza, de lo contrario, aquella conversación sería mucho más tensa de lo que ya lo estaba siendo. Su padre y su abuela lo estaban ocultando y Dan pensó que era mejor así, de lo contrario, su madre se pondría histérica.

— Si, he averiguado cosas importantes. Precisamente, vengo a hablar con padre y la abuela de ello.

— Lo sé. Te están esperando en los aposentos de la reina.

Dan asintió y se dispuso a salir del salón.

— ¿Dónde está Visenya? —le preguntó Daemon.

Dan se paró en seco y resopló.

"¿No podías haber esperado a que me hubiera ido de la habitación? —pensó fastidiosa.

Catelyn cayó en la cuenta de que la menor de sus hijas aún no había llegado. Preocupada, corrió hacia un gran ventanal que daba a un gran jardín donde los dragones descansaban cuando estaban en la ciudad. Allí estaba Drogon junto a Nieve y Thrylox, los cuales habían sido llevados a la ciudad para la fiesta del Centenario. Sin embargo, a Gorgon no se le veía por ninguna parte. La mujer se volvió hacia su hija mayor con expresión asustada y furiosa.

— ¿Dónde está tu hermana? Espero que no hayáis hecho otra carrera y la hayas vuelto a dejar atrás, ya sabes que su dragón no es tan rápido como el tuyo.

Dan alzó una mano en señal de paz.

— Aún está en Dorne.

Los ojos de la mujer se abrieron mucho.

— ¿Has dejado a tu hermana pequeña sola en ese lugar?

Dan volvió a resoplar.

— Visenya ya tiene 20 años y no está sola, está con la tía Rhaena.

— Mejor me lo pones —dijo la mujer sarcástica —. En lugar de estar con la loca de mi hija mayor, está con la loca de mi cuñada. Y, para colmo, con la fiesta del Centenario cada vez más cerca.

— Tranquila, vendrá con la comitiva del Príncipe la próxima semana.

La mujer volvió a abrir mucho los ojos.

— ¡La próxima semana! Con la cantidad de tapices que quedan por bordar.

Dan rodó los ojos.

— Otra vez la ibas a tener bordando tapices. No me extraña que se haya quedado en Dorne.

— Cuando vuelva, le va a caer una buena.

— ¿Por qué? ¿Por querer divertirse un poco?

— No, por faltar a sus responsabilidades.

Dan rodó los ojos de nuevo.

— Por favor, madre, tienes a tus damas de compañía para ayudarte con los tapices. Lo único que quieres es controlarla, cómo intentaste hacer conmigo.

— Lo único qué intento es no tener otra hija descontrolada qué no para de poner su vida en peligro a costa de hacerme sufrir.

— Madre, Visenya jamás será cómo yo, cosa de la que me alegro yo más que tú. Ella tiene más sentido común que toda esta familia junta. En lugar de preocuparte tanto por tus hijas, deberías hacerlo por tus hijos varones ¿No te has preguntado por qué Daemon tiene así la cara?

Catelyn miró al chico antes de volver a mirar a Dan.

— Le pregunté y me dijo que se cayó mientras jugaba.

Dan sonrió de forma irónica.

— Si, claro, se cayó sobre los puños de Eddard —dijo sarcástica —. Ese niñato sí que está descontrolado y tú te empeñas en no querer verlo.

— Eso no es cierto. Ya a penas me opongo cuando tu padre lo envía a trabajar a las cuadras o a las cocinas. Y tampoco te reprendo ya cuando le escarmientas delante de todo el mundo.

— Pero te opones a que la abuela y padre lo envíen a la Guardia de la Noche, que es lo que hay que hacer con él antes de que termine haciendo daño de verdad a alguien.

La mujer puso expresión de horror.

— Antes prefiero la muerte que ver a uno de mis hijos en el Muro.

Dan la miró fijamente muy seria.

— Aunque ese hijo sea un auténtico monstruo...

— Eddard no es un monstruo —replicó la mujer con voz temblorosa —. Es sólo... es sólo...

Dan se encaró más con ella.

— Ni tan siquiera puedes encontrar ya palabras para seguir justificándole. Sigues empeñada en no querer verlo. Como aquella vez, en su octavo día del nombre, cuando destripó a aquel cachorro que le regalasteis. Ese día debisteis haberle dado un castigo ejemplar. Padre y la abuela iban a hacerlo, pero tú enseguida té ablandaste en cuanto se puso a llorar. Desde entonces, ha utilizado las lágrimas para manipularte.

La mujer se cruzó de brazos mientras la fulminaba con la mirada.

— Eso no es cierto. Siempre he sido severa con él.

— Pues no lo parece. A ver que castigo le das por lo que le ha hecho a Daemon, así no tendré que escarmentarlo yo otra vez.

Y se largó de la habitación dejando a su madre con muchas palabras en la boca. Ella también se quedó con muchas palabras que decirle a su madre, pero ambas sabían que esa iba a ser otra discusión interminable y, en aquellos momentos tenía una conversación importante con su padre y su abuela.

El Legado de la Reina Dragón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora