CAPITULO 10

219 11 0
                                    

Desembarco del Rey

Dan aterrizó en la plaza pública ante un gran clamor popular. En la ciudad estaban enterados de su victoria contra la flota de Cleos, la cual la había hecho más popular entre la gente de la ciudad de lo que ya era. Dos soldados de la Guardia Real acudieron a su encuentro llevándole su caballo, mientras Drogon se marchaba de allí volando. Aunque, no regresaría a Rocadragón, ya que Dan le indicó que se quedara cerca, puesto que presentía que lo iba a necesitar pronto.

Montada sobre su caballo y escoltada por los dos guardias reales, Dan recorrió las calles de la ciudad, llenas de gente que la aplaudía y la vitoreaba, hasta llegar a la Fortaleza Roja, donde fue recibida por sus padres, sus hermanos, el resto de la Guardia Real y los miembros del Consejo Privado en el patio de armas. Nada más desmontar, su madre corrió a abrazarla.

— Oh, mi pobre niña —dijo la mujer preocupada —. Sólo pensar en que casi te pierdo...

— Veo que ya os habéis enterado de mi intento de asesinato —respondió la princesa separándose de su madre con suavidad.

— De haberlo sabido, jamás habría dejado que fueras sola a esa misión —su madre aún seguía viéndola como una niña.

— De haberlo sabido, madre, jamás me habrían pillado con la guardia baja —miró a su padre y a los miembros del consejo —. Espero que hayáis tomado las medidas que os indiqué.

Aegon asintió.

— Los Capas Doradas están alertados. Registrarán todos los cargamentos que lleguen a la ciudad. También he ordenado que todo extranjero o forastero que llegue a la ciudad sea vigilado. Aunque, cuando empiece la fiesta del Centenario, esto será más difícil.

Dan asintió.

— Lo más importante es averiguar quién es esa gente. Tengo muchas cosas que contar en el próximo Consejo.

Aegon alzó una mano en señal de calma.

— He convocado al consejo para esta tarde. Antes, deberías descansar un poco.

Dan estaba cansada, pero se sentía con fuerzas para expresar todo lo que tenía que decir en un Consejo. Aún así, asintió, no tenía ganas de iniciar una tonta discusión que sabía que no iba a ganar. Su padre y los consejeros se retiraron mientras sus hermanos se acercaron a ella para saludarla. Visenya y Daemon mostraban mucho entusiasmo, pero Eddard estaba más serio y se notaba que estaba allí por obligación. Dan sabía que la odiaba y que sentía envidia de ella. No solo por estar encima de él en la línea sucesoria o liderar al Ejército Real en las guerras mientras a él solo le asignaban un simple batallón, también porque él quería ser el jinete de Drogon. Ya intentó montarlo más de una vez, pero el dragón no dejaba ni que se le acercase, mientras que a ella la aceptó a la primera.

Como siempre, Dan ignoró la fría acogida de Eddard y se volcó más en sus otros hermanos; especialmente, en Visenya, a quién dio un fuerte abrazo. Dan sentía miedo por ella. La quería mucho y no deseaba verla en una situación como en la que ella se encontró en Bastión de Tormentas. Visenya era una joven más dulce y delicada, que a penas sabía manejar una espada. Aunque, si era muy buena con el arco, casi tanto como ella, y sabía montar muy bien a su dragón Gorgon.

Alzó la mirada y vio a la reina en uno de los balcones mirándola sonriente. Le hizo un saludo con la cabeza que la reina le devolvió antes de dar media vuelta y meterse dentro.

— Disculpa a tu abuela —le dijo su madre, mirando también al balcón —. Le hubiera gustado bajar a recibirte, pero se sentía indispuesta. Aunque, tu padre me dijo que va a estar en el Consejo Privado de esta tarde.

El Legado de la Reina Dragón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora