CAPITULO 32

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Desembarco del Rey

Dan se acercó al lugar donde iba a celebrarse el Gran Torneo, el cual iba a clausurar la fiesta del Centenario. Aún faltaban muchos días para eso, pero el lugar ya estaba preparado para la ocasión y varios jóvenes de distintas casas habían acudido allí para entrenarse.

La presencia de la princesa no pasó nada desapercibida entre la multitud. No hubo uno solo de los presentes que no se parara para mirar a aquella rubia alta tan voluptuosa como fuerte y atlética. Aunque, no era aquello lo único que atraía la atención de los presentes. Su reputación como guerrera era de sobras conocida, tanto fuera como dentro de Poniente. Jamás había perdido un combate, era la jinete del mayor dragón que había en la actualidad y, como pudieron saber recientemente, era la portadora de Hermana Oscura.

Mientras caminaba entre los campos de entrenamiento, muchos jóvenes se acercaron a ella para saludarla y algunos hasta para insinuarse, pero ella los ignoraba y seguía caminando hasta el campo de entrenamiento de los Baratheon. Allí, el joven Aemon se encontraba entrenándose contra dos caballeros vasallos de la familia bajo la supervisión de Aerys. Maegor también estaba allí, aunque no entrenaba. Se limitaba a estar allí con una cerveza en la mano riéndose de su hermano menor. Y es que el joven le ponía empeño, pero la espada que le habían dado era demasiado pesada para él y le costaba manejarla.

Todos dejaron lo que estaban haciendo cuando Dan llegó allí.

— Sed bienvenida, alteza —dijo Aerys haciendo una reverencia —. Es un honor teneros aquí ¿Venís a entrenar con nosotros?

La princesa se apresuró a negar con la cabeza.

— Hoy no tengo tiempo para entrenar. He venido ha darle mi regalo a Aemon —señaló con la mirada el objeto largo que sostenía en sus manos envuelto en un trapo.

Aerys asintió y Dan continuó caminando hacía el joven Baratheon, quién se puso muy nervioso al ver a Dan acercarse a él.

— Hola, joven Aemon —dijo la princesa con una sonrisa insinuante —. Me he enterado de que hace poco fue vuestro decimosexto Día del Nombre. No pude estar, pero os he traído un regalo —le entregó el objeto alargado —. El herrero lo hizo especialmente para vos siguiendo mis indicaciones.

El joven le quitó el trapo y tanto él como los demás presentes se sorprendieron al ver aquella espada. No era una espada diminuta, como Aguja, pero era más pequeña que las espadas normales. Además, su hoja tenía forma curva, asemejándolo a un sable. Aemon la cogió del mango y se sorprendió de lo ligera que era, poniéndose a dar golpes al aire con mucha más facilidad que con la espada que había estado utilizando.

— Ese tipo de espada la utilizaba un pueblo, ya extinto, que habitaba en las Islas del Verano —continuó la princesa —. Eran gente menuda, pero grandes guerreros.

— Eso no es más que un simple cuchillo —se mofó Maegor —, no creo que pueda cortar ni la mantequilla.

Dan lo miró con mala cara, pero no dijo nada. En su lugar, fue hacia una parte del campo donde había varios palos clavados en el suelo. Eran palos gruesos y robustos, de los que se usan para las empalizadas, los cuales eran colocados allí para entrenar con las espadas. Desenfundó a Hermana Oscura y cortó uno de los palos de un tajo.

— Ahora tú —le dijo a Aemon. Este, aunque dudoso, se acercó a ella y empuñó la espada con ambas manos antes de descargar un fuerte golpe contra otro de los palos. Ante el asombro de todos los presentes, pudo cortar el palo de un solo tajo, como había hecho la princesa poco antes.

El joven miró boquiabierto la espada que tenía entre manos mientras Dan sonreía maliciosamente.

— Ahora tienes una espada que puedes manejar con facilidad y que corta como el acero valyrio.

El Legado de la Reina Dragón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora