Año 384 d.C., Desembarco del Rey se encuentra inmersa en los preparativos para celebrar el 100º aniversario del nacimiento de Daenerys de la Tormenta, la reina que restauró la Casa Targaryen, devolvió la vida a los dragones e inició una nueva era en...
La fiesta del Centenario estaba siendo por todo lo alto, no había un solo lugar en Desembarco del Rey donde no hubiera un ambiente fiestero. Las posadas estaban llenas, las tabernas y los burdeles no daban a basto con la gran cantidad de clientes que recibían, las calles estaban llenas de puestos de venta ambulante y las plazas llenas de barracas de feria. Con excepción de la gran plaza, donde se habían habilitado pabellones para celebrarse pequeños torneos con espada o de tiro con arco.
De allí venía Dan, quién le había dado un buen uso a su nueva espada de acero valyrio derrotando a una gran cantidad de oponentes. Aunque, para ella, aquello no eran más que unos simples entrenamientos. El desafío llegaría cuando, dentro de unas semanas, se celebrase el gran torneo con el que se clausuraría la fiesta y que enfrentaría a lo mejor de todas las casas de Poniente. Ella se moría de ganas por participar en él y, sobretodo, de ganarlo.
Pero, no se olvidaba de que el país estaba siendo amenazado. A pesar de disfrutar del ambiente fiestero mientras caminaba por las calles de la ciudad escoltada por tres soldados de la Guardia Real, no bajaba en ningún momento la guardia, ya que entre tanta gente, podrían haber Paladines infiltrados o el mismísimo Bran pudiera estar controlando a alguien. No podía bajar la guardia y, por eso, decidió mantenerse serena y no beber, algo que le resultaría muy difícil, ya que pasó por varios puestos donde vendían los mejores vinos del Rejo que representaban para ella una gran tentación.
Ese día, las trompetas que anunciaban la llegada de comitivas estaban sonando mucho, así que decidió acercarse a la calle por la que las comitivas atravesaban la ciudad en dirección a la Fortaleza Roja, donde los invitados serían recibidos por su padre y la reina. Cuando llegó, la calle ya estaba llena de gente recibiendo a los invitados con vítores y aplausos y capas doradas encargándose de la seguridad.
La mayoría de estandartes que pasaban eran de casas menores, pero ese día ya empezaron a llegar algunas de las grandes casas que gobernaban los Siete Reinos. La primera en llegar fue la Casa Lannister, señores de Roca Casterly, protectores de las Tierras del Oeste y, como se los conocía ahora, los Descendientes de la Mano, ya que todos descendían de Tyrion Lannister. Con Jaime y Cersei muertos, Tyrion se convirtió en el futuro de la Casa Lannister como nuevo señor de la roca. Sin embargo, nunca llegó a gobernar en Roca Casterly, ya que permaneció la mayor parte del tiempo en Desembarco del Rey ejerciendo de Mano de la Reina, al servicio de Daenerys primero y al servicio de Lyanna después, hasta su muerte en 357 d.C., tras más de medio siglo ejerciendo como Mano.
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Poco después de la subida de Daenerys al Trono de Hierro, Tyrion se casó con una joven doncella llamada Ertha que llamó la atención de Tyrion porque se parecía mucho a Tysha, su primer amor. Ertha llegó a darle siete hijos, todos altos y sanos que lo que más heredaron de su padre fue la inteligencia y el cabello rubio; aunque algunos también la afición por beber. El mayor de ellos, al que le puso el nombre de Jaime en honor a su hermano, marchó a Roca Casterly tras su decimosexto día del nombre para hacerse cargo del gobierno de las Tierras del Oeste, hasta entonces gobernadas por vasallos de la Casa Lannister. Jaime gobernó el Oeste en nombre de su padre hasta que este murió y se convirtió en el nuevo señor de Roca Casterly hasta su muerte, ocurrida ese mismo año, unos meses antes. Ahora, la señora de Roca Casterly era su hija mayor, Rhaella Lannister, quién en aquellos momentos encabezaba la comitiva montada sobre su caballo seguida por sus hijos. En quién más se fijó Dan fue en Rhonda, la hija menor de Rhaella, una preciosa joven de 18 años con largos cabellos dorados y unos profundos ojos azules. No pudo evitar sonreír maliciosamente mientras miraba a la joven leona pasar cerca de ella saludando a la multitud desde su caballo con una encantadora sonrisa.
