CAPITULO 15

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Desembarco del Rey

Hacía bastante tiempo que el príncipe Aegon no se sentía tan tranquilo. Acababa de leer el rollo de cuervo que había llegado hacía poco de Vado Ceniza. En él, su hermana le decía que había encontrado a su hija y esta estaba bien. No obstante, lo que venía después no era tan tranquilizador. Rhaena le habló del suicidio del Archimaestre Manfred, su sospecha de que era un asesinato y del ataque de los espectros de ojos rojos.

Rápidamente, acudió a los aposentos de la reina, donde le contó a su madre lo sucedido. La reina se dejó caer sobre una silla y se llevó una mano a la frente.

— Espectros de ojos rojos, madre —le decía Aegon muy serio —. Cómo los que viste hace 47 años, según me contaste. Sólo hay uno que puede convocarlos. Creíamos que estaba muerto, pero no es así. Ha vuelto y también han vuelto sus seguidores.

La reina se quitó la mano de la frente y miró fijamente a su hijo. Pero no decía nada, era el príncipe quién seguía hablando.

— Está volviendo a ocurrir, madre. Ya no podemos seguir ignorándolo. Tenemos que decírselo a Daenerys cuanto antes. Por mucho que no me guste, ella es quién mejor puede hacer frente a esta amenaza. Pero, tiene que estar bien informada. Ahora, más que nunca, debe saber la verdad y debe hacerlo por boca de uno de nosotros.

La reina asintió.

— Aunque, no podemos esperar a que regrese —dijo —. Manfred debe haberle contado todo lo que sabía y estará furiosa con nosotros por habérselo ocultado.

Aegon también asintió.

— Ahora mismo está en Lanza del Sol —dijo él —. Iré yo mismo. Cogeré el caballo más rápido y viajaré de incógnito para llegar cuanto antes.

La reina negó con la cabeza.

— Aún así, tardarás días en llegar y hay que hablar con ella cuanto antes. Ese viaje hay que hacerlo en dragón y, desgraciadamente, tú no tienes uno. Ya que nunca lo quisiste.

— Ya he dicho muchas veces que yo no estoy hecho para montar dragones. Igual que tampoco estoy hecho para empuñar una espada en un campo de batalla. Lo mío han sido siempre los libros y los pergaminos.

— Afortunadamente, yo tengo a Nieve. Y ella es muy rápida.

Aegon abrió los ojos como platos.

— ¡No, madre! Estáis muy delicada para montar un dragón. Podríais morir.

— Si logró vivir lo suficiente para advertir a mi nieta y quedar en paz con ella, que así sea. Además, deberías alegrarte, si muero serás por fin rey.

A Aegon aquello le importaba poco. Si por él fuera, seguiría siendo Mano el resto de su vida. Incluso se había pensado más de una vez la posibilidad de renunciar a sus derechos al Trono de Hierro y cederle la corona a Daenerys a cambio de que esta le permitiera ser su Mano. No obstante, sabía que al final debía aceptar sentarse en el trono, aunque sólo fuera unos años. Después de dos reinas muy longevas, los hombres de los Siete Reinos agradecerían tener un rey.

— Estamos en pleno centenario. La Corona ya ha gastado mucho en los festejos. No estamos para un funeral real y una coronación.

La reina soltó unas carcajadas.

— Da gusto ver lo mucho que me quieres —bromeó.

Aegon ignoró el comentario y se puso a pensar. No tardó en dar con la solución.

— Visenya. Ella puede ir allí montando a Gorgon. Daenerys y ella están muy unidas y confía mucho en ella. Si la enviamos con un mensaje nuestro, la escuchará.

La reina asintió con una amplia sonrisa.

— Hice bien en nombrarte mi Mano, hijo, eres muy inteligente.

El Legado de la Reina Dragón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora