Capítulo 6: Lo que es correcto

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Éste era el problema de tener una clase por la que sentía cierta simpatía: más trabajo. Era lo que Aizawa pensaba mientras pasaba fotografías por satélite de las instalaciones de la UA.

Y todo se debía a las cantidades ingentes de orgullo que tenían algunos de esos alumnos.

Resopló y descartó una foto que habría valido perfectamente en circunstancias normales, pero que, para su desgracia, no era el caso.

—Creo que aquí podría hacer algo —comentó Cementos, el cual se encontraba en otro ordenador revisando más fotos—. No me llevaría más de un par de horas reformarlo.

Aizawa se levantó de su sitio y se dirigió hacia su compañero para observar el lugar que había elegido.

—En realidad, no se necesita nada elaborado, así que sólo tardaré un rato en acondicionarlo —comentó el hombre a la vez que señalaba el punto despejado entre varios edificios—. Después sólo tendríamos que trasladar algunas decoraciones de otros lugares y, con eso, parecerá que el sitio era así desde un inicio.

—Por la ubicación y esa distribución podría servir —comentó Aizawa.

Justo en ese momento, se oyeron varios golpes en la puerta y él se acercó para abrirla.

—Yaoyorozu —dijo en tono neutro—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Profesor Aizawa, quería hablar con usted.

—Iré a por un café —comentó Cementos levantándose de su sitio—. ¿Queréis algo?

—No, gracias —contestaron los dos a la vez.

Cementos los dejó en la sala de profesores y pudo ver cómo Yaoyorozu miró con suspicacia la cafetera que había allí.

—Le gusta más el café de la cafetería —respondió a su pregunta no formulada, a pesar de saber que sí se había marchado para dejarlos hablar con tranquilidad.

—Profesor, ¿puedo confiarle algo y que no salga de aquí? —preguntó titubeante.

Aizawa la invitó a dirigirse con un gesto a su escritorio. Él se sentó en su silla y apoyó las manos cruzadas sobre la mesa.

—Si tiene que ver con el colegio, estoy obligado a informar a la dirección.

—No, no es algo así —corrigió ella al momento, manteniendo su porte recto en la silla—. Entiendo que tenga que informar a otros profesores, pero me gustaría que no llegara al resto de alumnos.

—¿Sobre qué quieres hablar? —la instó.

—Es sobre Todoroki —contestó—. Creo que está algo susceptible por todo lo que ha pasado y no quiero que se meta en problemas por falta de juicio.

Por supuesto, él no tenía su punto de vista. Todoroki era un chico más racional y centrado de lo que ella suponía. Sin ir más lejos, esa misma mañana su clase había tenido un entrenamiento con los tres grandes de la UA y se había quedado al margen sin mayores aspavientos.

—¿Y de qué problema hablamos?

A Yaoyorozu le costó contestar, como si se planteara si seguir o no. Pero finalmente, habló:

—Quiere entrenar por su cuenta. O, mejor dicho, quiere hacerlo fuera del horario de clases —matizó.

—No puede utilizar sus habilidades sin supervisión. Puede ser peligroso.

—No, en realidad, no quiere entrenar la magnitud de sus singularidades, sino más bien... cosas técnicas —terminó.

—¿Como cuáles? —instigó, pero esta vez, Yaoyorozu sí se mostró más reacia a hablar—. Soy vuestro profesor; mi labor es ayudaros a convertiros en héroes.

El resultado del examenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora