Capítulo 39: El accidente

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—¡Alumna agredida, alumna agredida! —alertó uno de los robots vigilantes entrando en el patio.

Shoto se llevó tal susto que su hielo se descontroló. Éste recorrió a gran velocidad su brazo hasta estrellarse contra su costado. Yaoyorozu gritó y, acto seguido, el hielo cobró una tonalidad rojiza.

Corrió hasta ella ignorando al vigilante que seguía alertando de una amenaza inexistente. Yaoyorozu tenía aprisionado el brazo contra el borde superior de hielo, mientras que había sangre en toda la hilera inferior.

Shoto se descompuso al verlo, pero no por la sangre, sino porque intuía qué se iba a encontrar cuando deshiciera el hielo con su singularidad de calor. Por reflejo, le puso las manos encima, pero sabía que era imposible contener una herida de esa extensión.

—Hay que parar la hemorragia —dijo ella con voz temblorosa cuando revisó su brazo atrapado.

Yaoyorozu se había echado a llorar, aunque no era para menos. Una herida de tal magnitud tenía que estar doliéndole muchísimo. Y sin contar lo peligrosa que era. La vio llevarse la mano derecha al costado para intentar contener la herida que le había hecho ahí cuando el hielo impactó contra ella. Pero notó que apenas podía ejercer fuerza.

—Voy a hacerte un torniquete —le informó tras verificar lo que tanto se temía.

Le había abierto el brazo; igual que le había ocurrido al Titanic cuando se estrelló contra el iceberg. La sangre manchaba el hielo desde casi su muñeca hasta su axila. Y ésa era una herida muy peligrosa. No tenían forma de contener la hemorragia de una herida tan extensa.

Ella asintió en el acto pero, tras contener la respiración, retomó el llanto.

—No puedo hacer un pañuelo —dijo al tiempo que Todoroki rasgaba su camisa.

Se alarmó en cuanto la oyó decir eso. Lo último que debería hacer era utilizar su singularidad. No podía permitirse gastar fuerzas.

Le tocó el rostro para que le mirara, aunque en el proceso su mejilla quedó manchada de sangre.

—No se te ocurra hacer nada —le exigió—. No te muevas; no hagas nada —repitió—. Yo me encargo.

—Pues no me tranquiliza que tú también estés llorando.

Shoto se tocó la cara por reflejo y comprobó que era cierto. Se dio cuenta, en ese momento, de que ni siquiera podía sentirse a sí mismo de lo alterado que estaba. Y por lo pronto, sospechaba que eso seguiría así; porque mientras ella estuviera en esa situación tan crítica, no podía centrarse en algo tan secundario como lo era su propio estado.

Rodeó su brazo cerca de la axila con la tela e hizo un nudo que apretó con fuerza. Yaoyorozu se quejó y dejó la mano que cubría su pecho para agarrarle el brazo. Le hizo verdadero daño, pero ni siquiera hizo una mueca. La vio jadear y sollozar de nuevo.

—¿Puedes enfriarme el brazo? —le preguntó—. Me duele mucho.

No tuvo que repetírselo. Le envolvió el brazo con una capa de hielo para insensibilizárselo e intentar minimizar la hemorragia al cubrírselo. Yaoyorozu tembló por el repentino frío, pero no dijo nada más.

Se aseguró de que el nudo del torniquete fuese firme y se centró en presionar la herida del costado que apenas podía tapar ella.

Miró hacia la puerta del patio. El robot vigilante —que había cambiado su alerta de agresión por la de auxilio—, entraba junto con otro agarrando una camilla. Con cuidado puso a Yaoyorozu sobre ella y la sacaron de allí.

Un vehículo médico se acercaba a gran velocidad cuando salieron del edificio. La subieron según se detuvo y, sin demora, salió hacia la clínica médica que había en la UA.

El resultado del examenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora