Capítulo 8: Tarde en el centro comercial

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Definitivamente, no se había esperado ese desarrollo de la tarde. Yaoyorozu estaba pletórica. No había otra palabra para ello. Iba de escaparate en escaparate mirando todo como si fuese una niña pequeña. Era una faceta interesante de la siempre responsable subdelegada de la clase.

Y tenía que reconocer que eso era lo que le mantenía entretenido en el arduo trabajo de patearse todo el centro comercial. Era increíble que las mujeres no se cansaran.

Pero Yaoyorozu estaba feliz y él se encontraba bien con eso. Incluso sin la charla que tuvieron habría sabido que no era habitual para ella ir de compras con alguien. A ratos sentía como si hubieran regresado a la tienda de Kamino. Le señalaba y le preguntaba su opinión sobre todo, con la diferencia de que él no era Iida, así que no podía entusiasmarse tanto con ella. El comportamiento de ambos le había sorprendido. Los dos habían estado eufóricos por la cantidad de cosas que había en la tienda y sus precios, hasta el punto de llegar a pensar que se habían olvidado de Bakugo*.

Y ese excesivo entusiasmo era el que le hacía pensar si Yaoyorozu no habría tenido también una infancia solitaria. Había visto que le emocionaba poder quedar con la gente, ya fuese en un grupo de estudio o ir a algún sitio con los compañeros. Y pensó que quizás no había tenido una buena relación con sus antiguas compañeras y de ahí su efusividad cuando realizaba actividades cotidianas con los nuevos.

—¡Ta-chán! —dijo de pronto Yaoyorozu corriendo la cortina del probador—. ¿Qué te parece? ¡A que es precioso! —agregó al tiempo que daba una vuelta sobre sí misma—. Y este color me favorece.

Dio varios giros más mientras se miraba por todos lados ayudada por el espejo del probador. No sabía si le favorecía o no porque no entendía de esas cosas, pero era evidente que el rojo le gustaba.

—Todo te queda bien —repitió por enésima vez.

—No comprendes la mecánica de esto. No me puedo fiar de tu criterio si a todo me dices que está bien —se quejó—. Me tienes que decir si algo me queda mal.

—La ropa es ropa. Sólo sirve para taparse —alegó él.

Yaoyorozu resopló y se metió de nuevo en el probador.

—No le hagas ni caso —le susurró de pronto un joven que llevaba varias prendas de mujer en el brazo—. Tu estrategia es la correcta. Si a una novia le dices que algo le queda mal, eres hombre muerto.

—¿Cómo? —se extrañó.

—Pero un consejo —le dijo en tono confidente obviando su confusión—, la próxima vez no le digas lo de que la ropa es ropa. Eso le resta valor.

—No es mi novia —declaró.

—Pero quieres que lo sea, ¿cierto?

—No —respondió desconcertado—. Es sólo una compañera de clase.

—¿Y la estás acompañando de compras sin motivo? —cuestionó asombrado más alto de lo debido—. ¿Eres un santo o qué?

—Hiroki, ¡te he oído! —gritó una voz desde uno de los probadores.

El joven se tensó y se dirigió al probador del que provino la voz. Corrió un poco la cortina para meter la cabeza y ya sólo escuchó algo acerca de llevar dos horas de pie y su necesidad de sentarse.

Shoto miró las dos bolsas que tenía a sus pies. Nunca había ido de compras «femeninas»; ni siquiera con su hermana. Siempre había estado recluido en ese aspecto. Así que tampoco había estado muy pendiente de las connotaciones que traía pasearse por un centro comercial con una chica.

El resultado del examenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora