Capítulo 40: Sala de espera

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Esta vez no los castigaría por días. No. Se iba a encargar de hacer un favor al mundo y acabar con sus miserables existencias.

Al menos, eso era lo que pensaba Aizawa cuando llegó a la clínica de la UA tras un aviso por parte de ellos de que dos alumnos suyos estaban en malas condiciones. Por eso, lo último que se esperaba encontrar cuando entró fue a Todoroki tirado en el suelo con la apariencia de haber salido de una película de terror.

Se detuvo alerta. Todoroki estaba sentado encogido en el suelo y tenía mucha sangre encima; sangre que, intuía, no era de él o le estarían atendiendo.

El hijo de Endeavor no era un chico violento ni de mal carácter como sí lo era su progenitor. No era de los que se metían en peleas absurdas con otros compañeros para demostrarse algo. Por eso, supo al instante que había pasado algo grave y, con las mismas, que tenía que ver con Yaoyorozu.

Ambos pasaban muchas tardes en el patio que les buscó del barrio de entrenamiento e imaginaba que ese día también habrían estado allí. Pero por algún motivo desconocido aún para él, los inocentes entrenamientos que había visualizado alguna vez que hacían habían acabado en aquello.

—¿Todoroki?

El chico le miró en el acto. Tenía los ojos rojos, por lo que dedujo que había estado llorando. Ver a un chico tan imperturbable como él en ese estado le impresionó más de lo que ya estaba.

Y eso hizo que se preocupara aún más por el estado de su alumna.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó mientras se levantaba del suelo.

—No era mi intención —respondió con voz temblorosa—. Fue un accidente.

—Claro —corroboró él.

No quería que se sintiera culpable. Por sus palabras, supo que era parte activa del estado de Yaoyorozu, fuera cual fuese. Pero era muy consciente de que nunca haría daño a un compañero con intención.

—¿Cómo está ella?

—No lo sé... —Se llevó una mano a los ojos en un vano intento de ocultarle su aflicción—. Estaba muy mal y nadie ha salido para decirme nada.

Y no lo habrían hecho porque posiblemente los pocos efectivos de guardia estarían dentro. Era una clínica muy pequeña: sólo había un par de habitaciones y una sala de curas bien equipada. El personal se reducía a cuatro personas que se rotaban para hacer las guardias y dos robots de apoyo. Por eso, cualquier persona que hubiera en la clínica cuando llegaron, debía estar tras las grandes puertas de la sala de curas.

Le puso una mano sobre el hombro a modo de consuelo, aunque ni él mismo tenía muy claro cómo sentirse. Las palabras del chico no le estaban inspirando ninguna confianza sobre el estado de Yaoyorozu y eso le preocupó mucho. Igual que no era un chico violento, no era tampoco dado a dramatizar. Si estaba así, el asunto tenía que ser grave.

—¿Qué es lo que ha pasado? —insistió de nuevo.

Aunque se quedó igual que si no le hubiera preguntado. Todoroki hablaba muy rápido y de forma entrecortada, lo que al final terminó por alimentar su propio nerviosismo.

Fulminó a uno de los robots auxiliares que permanecía en la puerta. Estaban preparados para analizar las constantes y comportamientos básicos de los humanos a su alrededor. Y aunque entendía que en una persona normal echarse a llorar era habitual tras un accidente, en alguien del temperamento de Todoroki debía asemejarse a una crisis nerviosa.

—¡Eh! ¿Acaso no ves cómo está? —Vio al robot realizar un escáner visual del chico y resopló, porque cualquier resultado que le diera esa revisión no servía para este alumno en concreto—. ¡Tráele algo para que se tranquilice! —El robot se movió hacia el almacén acatando su orden—. ¡Y también algo de ropa!

El resultado del examenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora