Os voy a contar mi historia, una que cada vez que tengo que contarla no puedo evitar sentir mis ojos humedecerse por la frustración. Supongo que todos tenemos mala suerte en algún momento de nuestra vida, aunque creo que la mía fue mucho más avariciosa y acabó destrozándome todo lo que tenía planeado.
Me llamo Haim Jareth Howland, pero sólo llamadme Haim. Nací el 20 de Marzo de 1990 en la ciudad de Chicago (Illinois) y actualmente tengo veinte años. Mis padres eran Margareth Wood y Jareth Howland, y tenía un hermano pequeño de tres años llamado Viktor Howland.
Eran y tenía, porque... bueno, ya lo leeréis.
La primera desgracia llegó a mi vida, cuando mi padre desapareció sin dejar rastro cuando yo tenía quince años y, mi madre estaba embarazada de mi hermano. Estuve casi un año buscándole por mi lado, pero jamás se supo nada de él: ni cuerpo, ni sangre, ni notas, ni llamadas... Casi parecía que se lo había tragado la tierra.
Después de ese año mi madre empezó a conocer a un tal Jeremy Sanders, mi actual padrastro, el cual yo no quería verle en pintura. Siempre tan educado, tan perfecto, tan... ¡Arg! No podía soportar que intentara ocupar el hueco que dejó mi padre, porque para mí sólo era un usurpador, una persona que jamás lo consideraría como alguien digno de confianza y mis simpatías.
Para ampliar mi desdicha, al año siguiente se casaron, teniendo yo diecisiete. Aquello me puso de muy mal humor, pero sólo me quedaba un año para iniciar mi rito de iniciación. Y quizás te preguntes, ¿qué eso eso? Bien, te lo resumiré: Cuando cumples nueve años viene un señor bastante viejo y barbudo, te hace una especie de cuestionario y realiza algunas pruebas para saber si eres normal o no.
Yo no lo era.
Cuando cumples los dieciocho inicias tus estudios de brujería, los cuales duran un total de seis años hasta que elijas tu especialización: fuego, viento, agua, tierra, naturaleza, psique, sanación, oscuridad o luz. Por supuesto yo tenía claro que no iba a elegir lo mismo que mi madre (luz), sino que quería inclinarme más hacia la naturaleza.
¿Te imaginas tener el poder de hablar con los animales? ¿Crear árboles de la nada y nunca pasar hambre? ¿Encontrar diamantes sin necesidad de usar una excavadora y ser rico?
Yo, por lo menos, sí.
Estuve muy emocionado, por una parte, porque sabía que mi madre tenía un par de libros que llevaba leyendo desde que tenía diez años en diferentes lenguas. No entendía nada, por supuesto, pero era muy interesante observar todos los dibujos. Aunque la norma de «no practicar brujería delante de la gente normal» siempre me la recordaba cada día, hasta que acabé por normalizarla.
Hasta aquel día, uno que no olvidaré jamás.
La semana anterior a mi cumpleaños número dieciocho estuve practicando en secreto en el sótano de casa. Aunque quería especializarme en naturaleza, no había ninguna ley que me prohibiera practicar otros elementos, así que me decanté por utilizar fuego. Claro, yo a duras penas ya conocía algunas frases y jamás lo había intentado, pero creía que una simple llama del tamaño de una cerilla no provocaría ningún problema.
¡Qué equivocado estaba!
Pasé cerca de dos horas pronunciando una y otra vez las frases del libro que sostenía con mi mano izquierda, a la vez que tenía la palma derecha mirando hacia el techo de madera. En todo ese tiempo no había pasado absolutamente nada y comencé a frustrarme; no provoqué humo, ni fuego, y tampoco sentía ningún tipo de ardor entre mis dedos.
Hasta que se me ocurrió una idea. Si las frases no servían, a lo mejor era capaz de activar mis habilidades pronunciando alguna palabra clave; así que cerré los ojos y me concentré todo lo que podía. Visualice muy lentamente una pequeña bola de fuego del tamaño de una pelota de golf, perfecta y redonda, cálida, sencilla y con el mismo peso que una canica de hierro. Sin embargo el grito de mi padrastro tras la puerta me descentró y tiré la bola de fuego contra el techo, la cual rebotó y cayó en lugar del gran sótano.
—¡Haim, qué haces! —me gritó mientras yo le miraba asustado, lo que hizo que maldijera a mis adentros por haber cometido el error de no asegurarme de que estaba dormido— ¿Qué eso? —señaló a la pequeña pelota que iba rodando por el suelo.
De pronto mis ojos se abrieron de par en par y, quizás por mi instinto de supervivencia, automáticamente cerré el libro de golpe mientras salía disparado en dirección a las escaleras. Agarré la mano de mi padrastro sin decirle nada mientras lo arrastraba hasta la puerta de casa, después de atravesar el alegre y decorado salón de color amarillo canario, y luego... No sé qué hice realmente, porque lo siguiente que recordaba era estar con todo el cuerpo lleno de sangre y cristales clavados en mis extremidades. A tres metros de mi cuerpo estaba mi padrastro en el mismo estado que yo, aunque él inconsciente.
Esa fue mi segunda desgracia, y la peor: La pelota de fuego —que en realidad era lava— comenzó a calcinar la madera y, poco a poco, fue rodando hasta donde estaban las botellas de gas, para cuando se acabara la que estábamos usando en la cocina.
Toda mi casa explotó en un huracán de llamas y humo negro, la misma visión que me gustaría creer que se le asemejaba al infierno.
Mi madre y mi hermano murieron por mi culpa. ¡Por mi maldita culpa! Si hubiera sido un poco más paciente esto no hubiera pasado, mi madre y mi hermano Viktor estarían vivos, a mi lado, y yo me hubiera ido al extranjero a estudiar a aquella universidad hasta sacarme mi especialidad. ¿Cómo podía haber sido tan imbécil? ¿Por qué tenía que ser tan impetuoso sin pensar en las consecuencias de mis actos? Lo perdí todo, aquello que más me importaba conservar por muchos años.
Perdí a mi madre, perdí a mi hermano, perdí los libros de mi madre —aunque conservando uno—, perdí mi casa, mi actual vida...
Lo perdí todo y ya no había vuelta atrás.
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𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘
WerewolfPese a que Haim era un brujo con mucho potencial, eso no le hizo menos culpable del terrible accidente que le obligó a cambiar su vida por completo. Con su familia muerta, prácticamente fue empujado a trasladarse a Newburg con su padrastro para inte...