Capítulo 37. ¿𝙰 𝚚𝚞é 𝚎𝚜𝚝𝚘 𝚗𝚘 𝚕𝚘 𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚊𝚋𝚊𝚜?

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¿En qué estaba pensando cuando decidí hacer eso en el bosque? Estaba más que claro que acabaría por desmayarme, y cuando Klaus nombró la sangre llegué a asustarme un poco. Perdí mi valioso tiempo en avivar algo que estaba condenado, aferrándose a un hilo de vida y que el tiempo lo terminaría por matar. 

Quizá fui débil. Mis sentimentalismos me transformaron en alguien descuidado y sentimentalista, por eso caí en ayudar a aquel bosque que estaba condenado al fracaso; a su extinción.

Adán no volvió a presenciarse mientras deambulaba entre aquellos extraños bosques de colores vivos, e incluso lo llamé con la vana esperanza de que apareciera por sorpresa. Ya me había habituado a sus extremas apariciones, hallándome en cualquier situación aunque lo insultara y me acabara atrapando en una de sus mirada atrayentes o sonrisas bobas.

Mas ese bosque, el que estaba visualizando con mis propios orbes, no parecía para nada real. Su belleza y perfección enmudecía y ridiculizaba al del este. Con sus grandes árboles gigantes, aquel fulgoroso verdor entre el ramaje, la intensidad colorida de las flores, y el armonioso silencio de los alrededores. Junto al aire fresco que soplaba en todas las direcciones y el calor del Sol en aquel cielo azul bebé; raso. 

Tal era la perfección y la paz que, en ningún momento, dudé de comprarla con la sensación de los abrazos de mi madre. 

—¡Adán! —lo llamé una vez más, y sólo obtuve un curioso silencio; ni una risa, ruido o rotura.

Los únicos sonidos que parecían danzar a mi alrededor eran provocados por el viento, moviendo las ramas y restregándolas para emitir aquellos suaves ruidos. E incluso el tiberio de mis pasos en aquella tierra fértil se metían en medio; confundiéndome. Tal era su belleza y su tranquilidad que, por un momento, me llegué a preguntar si estaba soñando. 

Algo tan bello no podía ser real.

Además de que era demasiado preciso en detalles, percibía con mis manos el tacto de todas las cosas que palpaba: La rugosidad de los gruesos troncos, la humedad de la tierra bajo mis pies, las distintas sensaciones al tocar flores y hojas, el agua de aquel río que dejé poco tiempo atrás e incluso mi propia piel. Todo daba una sensación extremadamente realista, como si mi mente estuviera en conflicto con mis sentidos.

Entonces, ¿por qué creía que este lugar no lo era? ¿Habría muerto y no me había dado cuenta? ¿Kali me pilló cuando Klaus y Lily me estaban llevando a algún lugar?

Las preguntas eran un problema; mi problema. Siempre pensaba en exceso pues lo quería todo calculado, cuadriculado y sin ningún margen de error. Por eso me gustaba el número cuatro: El número que simbolizaba el orden, la practicidad, la mente crítica —y científica—, la atención de los detalles... Era mi número, el que me representaba en todas y sus bastas expresiones. 

Además era inteligente, y quizás eso me ayudó a ver las cosas antes que los demás. Analizar todos los detalles y fragmentarlos hasta el infinito, cuestionando, avanzando, estudiando y comprendiendo era mi forma de ser. Por eso super que Jareth era un lobo antes de tiempo, por eso entendí que Adán guardaba algo extraño entre sus sonrisas amables, por eso sabía que mi mundo guardaba secretos de todas las índoles... 

Mas no fui lo bastante listo para ver otras problemáticas.

Kali y su astucia, Jeremy y su aspecto de hombre idiota y feliz, Klaus con su poca paciencia, el repudio de la gente de este pueblo lleno de paletos y supersticiosos, aquel loco que terminó muerto gracias la intervención del rubio, los sentimientos que iba floreciendo de los retoños de mi interior por Adán... 

Ya no sabía si pesaban mis logros o mis problemas.


Mientras meditaba en todas estas cosas, mis piernas comenzaron a moverse con bastante insistencia en dirección noreste. Siempre que esto pasaba, era por alguna razón importante o algún mensaje que acabaría dándome una respuesta en cuanto pusiera mis pies en tierra; porque ahora me sentía levitando.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora