Capítulo 24. ¿𝙰 𝚍ó𝚗𝚍𝚎 𝚝𝚎 𝚌𝚛𝚎𝚎𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚟𝚊𝚜? 🔞

916 77 41
                                    

No hay peor ciego, que el que no quiere ver.

Porque esto era una realidad que nadie podía negarme, una que se saldría de control si no me detenía. ¿Pero cómo negarme ahora, cuando yo mismo le estaba besando? Bueno, sí, sería tan fácil como darle un empujón, quemarle con la piel de salamandra, darle un puntapié o un rodillazo... Habían tantas posibilidades que, aunque me jodiera, ninguna me parecía buena para separarme de su boca.

Cuando Adán soltó mi prenda y llevó sus manos hasta mis maxilares, yo las moví también, colocándolas sobre sus caderas. Su piel era tentadora y cálida, sus besos demasiado suaves pese a que daba juguetonas mordidas en los míos y, su lengua, era ardiente como la lava. Nunca en mi vida había encontrado a nadie que reuniera cualidades tan extrañas y que, además, me incitara a querer encontrar más de él.

¿Quién me iba a decir que este perro idiota provocaría este efecto en mí?

—Nada mal para un Alfa, ¿eh? —susurró después de separar los labios, adjuntando una mordida en el propio.

—Compórtate, perro —farfullé un poco molesto, clavándole mis dedos en su cintura—, o te voy a domesticar, y no te lo tengas tan creído.

—No creo que tengas la fuerza para doblegar a un Alfa, Haim —se burló, aunque le duró poco, porque clavé las uñas en su piel— ¡Au, bruto!

—Nadie dijo que tuviera que emplear la fuerza —siseé en su boca, antes de morderle en el labio para volverlos a unir. Por descontado, tuve que quitarle las manos de ahí y llevarlas directamente hasta sus glúteos.

Esto era una pequeña disputa, en la que ninguno de los dos quería dar su brazo a torcer. Hasta perdí la cuenta de los lugares que nos movimos, intentando dominarnos mutuamente entre besos que alternaban mordidas, gemidos y gruñidos. Un milagro que Jeremy estuviera tan cansado, porque sino hubiera llamado un par de veces a la puerta; pillándonos en una situación incómoda.

—Joder... Esto estorba —gruñó Adán mientras se quitaba la camiseta, en cuanto nos separamos para tomar aire, lanzándola contra la silla. 

Su cuerpo era demasiado perfecto, bien marcado y con los músculos necesarios para alegrarte la vista. Y eso ya lo sabía, pues lo descubrí en el lago. Sin embargo, ahora la cosa era diferente: su pecho era más pronunciado y su abdomen mostraba un agradable sixpack que demostraba que entrenaba diariamente. Un pecado andante.

Y sin darme tiempo a responder fue directo a mi boca, empujándome bruscamente contra la pared, mientras me arrancaba un gemido de dolor, donde aprovechó para meter su lengua y jugar con la mía. Sus manos se metieron bajo mi camiseta, acariciando mi piel con tanto cuidado que casi parecía que podía romperme en cualquier momento. En cuanto a las mías, las metí dentro de su pantalón deportivo, clavando mis dedos en su trasero. Lo apretaba, lo masajeaba, lo arañaba pese a que la tela lo protegía. Lo imaginé duro, pero en realidad era bastante mullido, como un cojín.

Esto se había caldeado y ahora esta bicicleta bajaba la pendiente, sin frenos. Sólo esperaba no estamparme.

Gemí varias veces en su boca, lo que pareció encantarlo, e incluso él también lo hizo cuando ingresé las uñas conta la tela de la zona. Me mordió un poco más fuerte y, lejos de sentir dolor, el calor de mi cuerpo lo había ignorado, a lo que yo respondí con otro mordisco intenso. Gruñó por la fuerza empleada en mi mordida, e intensificó los besos, hincándome los dedos como si colmillos fueran por todo mi tronco.

¡Que no se le ocurriera marcarme!

Un beso en los labios aquí, una mordida en el hombro allá, un palmeo en su trasero cerca del armario, un agarrón en el mío que me arrancó un gemido que tuve que amordazar para no dejarlo libre. En esta guerra todo valía y ninguno de los dos nos pareció el momento de llevar esto a otro nivel. Esto estaba siendo una locura.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora