Capítulo 35. 𝙽𝚘 𝚓𝚞𝚎𝚐𝚞𝚎𝚜 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚊 𝚕𝚘𝚋𝚊.

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Siempre dije que Adán era un estúpido, un inconsciente, aquel que siempre me provocaba quebraderos de cabeza por cagarla. Pero esta vez no fue su culpa, sino mía.


Después de que el rubio me soltó eso ya no supe cómo actuar. De hecho, mi respuesta automáticamente fue carcajearme por tal ocurrencia, porque cambiar la palabra «brujo» por «extraterrestre» fue hilarantemente inesperado. ¿Desde cuándo me reía de esta forma con él? Seguramente fue la primer vez que una de sus ocurrencias me arrancaban la risa, sin tener que esforzarse.

Su reacción fue instantánea. En cuanto me escuchó reírme de esa forma, aunque no quisiera que Jeremy me escuchara, pude vislumbrar como toda su cara pasó de la alegría a la adoración absoluta. Los ojos más brillantes, la sonrisa más acentuada, la sensación más cálida... Era demasiado intenso, pero a mí me dio exactamente igual.

Después de ello me negué a decirle algo o responderle verbalmente, así que me limité a darle un capirote en medio de la frente para borrarle esa cara. No estábamos en situación de dejarnos llevar, ni siquiera por el buen humor.

Hasta que escuché los golpes en la puerta. Tal fue el susto que, por poco, sentí mi espíritu escapárseme por la boca. E incluso salté del sofá.

—Tranquilo, es Lily —besó mis labios con intensidad, aunque breve, y finalizó acariciándome la cara antes de levantarse del sofá—. Es la señal de que debo irme ya.

—¿Se lo has dicho? —bufé un poco molesto. ¿Por qué debía de meter siempre a alguien en medio de sus acciones? Este perro bobo era un inconsciente, y si no tenía cuidado tanto él como yo tendríamos problemas gordos. Yo más que él.

—Sólo una pequeña parte, era necesario —ladeó una suave sonrisa hasta que se le escapó un suspiro, uno que me dejaba claro que no quería irse—. Así que sé bueno y no te metas en lío, deja que yo me encargue de todo.

—¡Adán! —susurró la rubia, inquieta, tras la puerta—. Date prisa... Se nos hará tarde.

—¡Ya voy! —respondió a media voz y luego reparó en mí—. Ten cuidado, Haim, y no hagas nada imprudente, ¿vale? Evita a Kali —me guiñó el ojo, obteniendo un gruñido de mi parte. Con solo escuchar el nombre de esa arpía me hervía la sangre, aunque él terminó riéndose por mi reacción—. Te quiero.

Y tras decir aquello se marchó como un ladrón por la ventana, sin mirar atrás, pese a que mis ojos lo persiguieran incluso cuando se alejó con Lily. Dudaba un poco de si habérselo dicho fuera una buena idea, pero al menos me alegró saber que ambos se estaban riendo mientras se encaminaron hacia el sur. 

A lo mejor la cosa no podría ir mal. Era Lily, un ángel que siempre veía la cara buena de la vida.

Después recibí el efecto rebote de mis emociones liberadas, dotándolas con la fuerza necesaria para darme puñetazos imaginarios por todo mi cuerpo. Pese a los impactos internos, no estaba seguro de la razón de tal linchamiento, pero de lo que sí estaba seguro era que las mariposas se volvieron locas de repente en mi estómago. Tanto movimiento dentro era extraño para mí, demasiado intenso. 

Tuve que obligarme a calmar todas mis emociones, aun cuando mi cabeza me insistía en recordar aquel momento específico de debilidad. Y llevó más tiempo del que pensaba, porque cuando quise darme cuenta, había vuelto a mi habitación sin comer absolutamente nada.


A la mañana siguiente tuve que despertarme, después de mucho tiempo, temprano aunque fuera jueves y Jeremy no estuviera en casa. 

Me desperecé con poco entusiasmo en la cama, hambriento y sediento por no haber ingerido absolutamente nada desde ayer. Sin embargo, mi cuerpo se movió solo en el mismo instante que salió de la cama para apartar la cortina; un día absurdamente soleado, ni una nube, y con un calor horrible pese a estar el cristal embrujado. 

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora