Capítulo 23. ¿𝙿𝚘𝚛 𝚚𝚞é 𝚖𝚎 𝚑𝚊𝚌𝚎𝚜 𝚎𝚜𝚝𝚘?

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Esto tenía que ser una broma, una que era de tan mal gusto que me sentí entre engañado e insultado al mismo tiempo. ¿Cómo se le había ocurrido decirme algo como eso, cuando me había dejado esas malditas flores, abriéndose indirectamente? Debía de ser uno de sus estúpidos chistes.

Los que conocíamos la personalidad de Adán éramos conscientes de ello, de aquella cualidad tan particular de sorprender a los demás de formas muy distintas. A veces te soltaba comentarios muy peculiares, otras veces prefería enlazarlos con bromas con doble sentido y luego, teníamos ejemplos como estos; cosas desafortunadas, en el momento menos inesperado. 

¿Por qué me haces esto, Adán? ¿Por qué eres así de estúpido?, pensé mientras daba varios pasos hacia atrás, negando con la cabeza lentamente. ¿Quieres hacerme enfadar con una broma como esa?

—Tienes que estar bromeando, y a mí ese tipo de cosas ya sabes que no me gustan nada —dije incómodo, porque en realidad no le estaba encontrando ningún tipo de lógica a lo que me estaba diciendo. ¿Por qué su padre querría tal cosa? ¿No era yo su mate, o lo que fuera eso?

—Ya te dije que tenemo mucho de qué hablar —suspiró, mostrándome el nerviosismos de sus manos, las cuales se movían inquietas en forma de puños.

—¿Esto es una venganza porque te di una patada en el escroto esta mañana? —retrocedí unos pasos más, hasta llegar a la cama, viendo como el rubio negaba con la cabeza— No hacía falta ser tan... rastrero.

—Haim —murmuró y en su mirada vi ansiedad, esa emoción que yo mismo sentía cuando tenía que alejarme de él. Tan molesta, tan irritante, tan asquerosa que no sabías cómo quitártela de encima sin sufrir algún tipo de daño colateral—, no me estoy vengando y te estoy diciendo la verdad. Pero déjame explicarte las cosas desde el principio.

—¡No! —grité enfadado—. ¿Por qué me haces esto, Adán? ¡Me diste esas estúpidas flores para decirme cosas que no te atrevías a decirme directamente! —las señalé bruscamente desde mi posición, tensando la mandíbula—. Dijiste que era tu mate y, aunque no sé lo que significa realmente esa palabra, esto me hace sentir enfadado. Mucho.

—¡Y lo eres! —soltó voz en grito, con los ojos acuosos—. Mis sentimientos por ti son reales, fieles, aunque no me dejes acercarme tanto como me encantaría —comenzó a caminar hacia mi posición y yo tenía ganas de llorar aunque me estuviera resistiendo. Me vi estúpido por sentirme de esta manera, tan débil y mundano que me frustraba en exceso— Déjame explicártelo, por favor...

Todo lo que tenía que ver con él eran problemas, y yo estaba en un punto de no retorno. ¿El lago? Un posible resfriado. ¿El puñetazo? Mi orgullo herido. ¿El bosque? Medio muerto, dos veces. ¿Peleas verbales? Una ruptura que, ahora mismo, estaba agrandando las grietas que nos separaban a los dos. 

Esto era complicado, e incluso los momentos que parecían buenos acababan siendo un llamamiento al peligro, como el día de St. Valentín. Mis planes por vengarme de él me empujaron al peligro y, sin quererlo, me quedé prendado de una escena que era un quebradero de cabeza. Sus ojos color cereza eran lo que despertaban mi instinto de supervivencia y, sin embargo, también me atraían como imanes hasta tenerlo cara a cara. 

Y las pesadillas, junto a los sueños que aparecía él, eran tortuosos. Me tentó, me dominó, le subyugué, lo maté, me atrapó como un cepo cuando intentaba alejarme, me hirió el orgullo e incluso se burló cuando me negaba a corresponderle. Y también me besó de tantas maneras que temí dañarme con mi propio embrujo.

¿Era esto parte de mi condena por haber matado a mi familia? Posiblemente, porque alguien como yo sólo había recibido problemas como pago por mi estupidez: Un pueblo horrible, gente que me odiaba, un padrastro que me recordaba que no tendría que haberle salvado primero, el miedo a ser pillado con mis habilidades, un entorno hostil y unos sentimientos que comenzaban a retoñar hasta que el Sol de las palabras venenosas las calcinaba hasta dejar las brasas.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora