Capítulo 14. 𝚂𝚝. 𝚅𝚊𝚕𝚎𝚗𝚝í𝚗 (𝚙𝚝 𝟷)

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¿Sabes lo que se siente cuando ves la tormenta al final del camino, esa que está tan lejos que, cuando se acerca, ya es demasiado tarde para volver hacia atrás? 

Eso era lo que sentí yo en el mismo momento que Adán se marchó por la ventana, canturreando tan animado que casi se descalabraba.


Cuando escapé de mi pesadilla a la mañana siguiente, me levanté con ligeras punzadas en el pecho. Eran suaves, pero molestas. En principio quise echarle la culpa a la pesadilla en sí, pero eso era absurdo, ya que si hubiera sido así, lo hubiera sentido en más de una ocasión. Además, el tiempo tampoco acompañaba realmente a los planes de Adán, ya que estaba nublado. Muy nublado, amenazando en dejar caer una tromba de agua en cualquier momento.

Si era afortunado este día pasaría a la historia, en mi memoria, como la vez que acepté darle una oportunidad a Adán Möon y que, una buena tormenta me ayudó a escapar. 

O puede que estaba exagerando con lo que pensaba.

—Si me amas, desata ese diluvio —musité mirando directamente al cielo ennegrecido de la mañana, esperando que mis súplicas fueran escuchadas. Pero no cayó ni una gota, ni siquiera tronó en el tiempo que me lo quedé mirando—. O a lo mejor me estás poniendo a prueba —chasqueé la lengua y me marché en dirección al armario.

Tras elegir la ropa, ducharme, lavarme los dientes y cambiarme con ropa algo abrigada, lo primero que se me ocurrió fue agacharme para ver si Jeremy estaba en casa. Tuve que hacerlo con mucho cuidado para no hacer ruido, y aunque no le vi a él —porque se habría ido al trabajo— si vi a Adán durmiendo en el sofá. 

Estaba profundamente dormido, tanto que se le estaba cayendo un poco la baba. 

—Haim, relájate —cerré un puño y lo puse en el pecho—. Adán no ha hecho nada malo, sólo está durmiendo en el sofá y nada más —bajé las escaleras con cuidado sin quitarle la mirada de encima—. Y manchando el sofá con su asquerosa baba de perro...

Caminé de puntillas hasta las alacenas, agarré mi taza y la rellené del café de Jeremy, el cual no estaba demasiado caliente. Me hubiera gustado acompañarlo con algunas galletas, pero el ruido del plástico lo acabaría despertando y, por supuesto, no quería eso. Aun así me lo quedé observando mientras me apoyaba en la encimera, con taza en mano, paseando mi mirada por todo su cuerpo.

—Es una pena que sea demasiado bobo —pensé en voz alta antes de sorber el café—, e incluso podría haberme caído bien varios años atrás —lentamente me acerqué hasta tener la mesa enfrente y ladeé la cabeza, esbozando una media sonrisa—. Lástima que ahora tengas que conocer a este Haim, Adán, el otro yo te hubiera gustado más—. Lo miré un minuto y aguanté una risa al parecerme tan desvalido en aquel momento—. Aunque algo me dice que este te gusta muchísimo más, ¿verdad?

El rubio esbozó una sonrisa boba y masculló algunas palabras, las cuales me dejaban claro que en ese momento estaba soñando. Terminé el resto del café y dejé la taza cuidadosamente en la mesa, hasta que me acerqué a él.

—¿Por qué le alterará tanto la palabra alfa? —murmuré confundido e inconscientemente mis dedos se marcharon hacia su pelo, acariciando con cuidado la punta de éstos—. ¿Qué esconden esos raros ojos cambiantes, Adán Möon?

Después de unos pocos segundos, siendo un poco blando, me separé de ahí hasta que la mesa de madera se ubicaba tras mi espalda. Fue un acto inconsciente suspirar con tristeza, porque aunque sabía que él y yo chocábamos constantemente, jamás podríamos llevarnos bien. Seguía creyendo, en mi interior, que había algo en él que ocultaba.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora