Dos semanas en esta maldita cama. ¿Te lo puedes creer? Yo desde luego no, y lo peor es que las semanas fueron un batiburrillo de situaciones: Jeremy siendo cansino, Adán haciendo el imbécil, yo cabreándome, situaciones incómodas, una visita inesperada y, lo peor de todo, una cosa que no esperaba que realmente ocurriera.
Pero empecemos en el principio, ¿de acuerdo?
El martes me dejó Adán en la cama y se marchó, dejándome con cara de idiota cuando aquella imagen pasó fugazmente por mi cabeza. No estaba demasiado seguro sobre qué tenía que pensar sobre ello, y tampoco podía responderme a mí mismo sobre el por qué me atraía tanto esa imagen mental. Es decir, podía llegar a ser algo miedoso con películas de terror o si algo me asaltaba precipitadamente, sin sentirme preparado para luchar. Pero esa imagen... Pensar en ella me hacía sentir un hormigueo en el pecho y un ardor en la cara, notorio y punzante.
Ese día no tuvo nada más interesante tras aquella escena. Jeremy me trajo la cena a la cama, hablamos de tonterías hasta que me aburrí de sus preguntas absurdas, y después me acosté. Esa noche me sentí terriblemente incómodo, sintiendo como alguien me observaba desde la ventana pese a estar tapada con la cortina. Aunque conseguí dormirme pasado un rato.
Desde el miércoles hasta el viernes todo fue demasiado aburrido.
Jeremy llamó al médico más cercano y me miró la herida —que afortunadamente no había creado ningún daño irreparable, e incluso me dijo que tuve mucha suerte—, aunque le resultó extraño ver que mejoraba más rápido de lo esperado. Poco podía decir al respecto, porque yo no había hecho nada, y la madre de Adán me sanó las heridas con esa crema que apestaba, esta vez, a rayos.
Las comidas y las cenas iban a mi cama, leí mucho más que otros días y Adán vino el jueves colándose por la ventana, aunque se marchó después de un rato. Comprobó que no estaba de humor pese a sus intentos de hacerme reír; no podía hacerlo, sentía dolor y, en parte, una pequeña porción de miedo por recordar aquellos ojos. Sumado a la reacción de mi cuerpo.
Ahora, poco apoco, estaba viendo la verdadera personalidad del rubio y temía decir que, en cierto modo, me llamaba la atención.
Ese aire infantil y alegre no eran falsos, pero desde luego que antes era una exageración. Podía llegar a ser muy paciente, demasiado, y las bromas, además de los piques, nunca faltaban en nuestras cortas conversaciones que yo cortaba al instante. Insinuaba, demostraba cierto descaro en las ocasiones adecuadas y, además, ya no era tan sobón.
Había comprobado, a las malas, que no tenía que ir por ese camino o yo le mordería. O le daría una patada.
Lo peor era cuando me clavaba sus ojos castaños, imaginándome que se volvían en aquel sobrenatural color cereza que tanto me intrigaban. Sentí en algunos momentos como mi corazón se contraía, punzándome y doliéndome suavemente, recordándome que esto podía ser peligroso si no trazaba la línea antes de que todo fuera demasiado tarde.
Además de ello, también mejoré mis habilidades de agua después de leer páginas y páginas sin entender una mierda. A veces el vocabulario se enrevesaba o era demasiado ambiguo, y por falta de diccionario tenía que pensar en la palabra o frase correcta. ¿Y qué pasaba cuando pronunciaba algo erróneamente? No pasaba nada, o recibía un efecto rebote. Lo mismo pasó con el libro de mi madre, el cual terminé hasta el final sintiendo que no había mejorado nada. No podía almacenar todas las palabras y frases.
Esa misma noche del jueves, Adán llegó a casa por sorpresa y no lo supe hasta que él mismo no me llevó la cena a la cama.
—¿No te alegras de verme? —respondió con una gran sonrisa mientras dejaba la bandeja sobre el escritorio.
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𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘
مستذئبPese a que Haim era un brujo con mucho potencial, eso no le hizo menos culpable del terrible accidente que le obligó a cambiar su vida por completo. Con su familia muerta, prácticamente fue empujado a trasladarse a Newburg con su padrastro para inte...