Capítulo 11. 𝙰 𝚕𝚘 𝚖𝚎𝚓𝚘𝚛...

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Adán pasó un buen rato dando saltos de un lado a otro, ahogando quejidos e insultos que parecían no terminarse nunca. De hecho, tenía un buen repertorio de ellos, y muchos no los había escuchado en la vida; pero era divertido. Sí, bueno, quizás me había pasado un poco con maximizar la piel de salamandra, pero con el rubio no debía tener piedad. En cuanto viera una oportunidad, no dudaría en aprovecharla. Y yo tampoco.

—Ya te lo avisé, Adán —coloqué mis manos tras mi nunca, aun escuchándolo mascullar palabrotas, a la misma vez que se movía sin detener su pies—. No me gusta que me toquen, y mucho nos tú.

—No entiendo nada —gruñó tras de mí—. Me arden las manos, pero sólo he intentando tocarte.

—Quizá es que mi piel es más inteligente que tú —aguanté una risa breve y di un par de pasos hacia adelante, alejándome de él y sus palabrotas—. O porque no mereces tocarla... —susurré para mí mismo.

El rubio volvió a tocarme las manos, volviéndose a quemar por el contacto y gritó nuevamente; el muy idiota parecía un masoquista que no le importaba reintentarlo, aun sabiendo lo que pasaba si se le ocurría posar sus manos sobre mí. ¿Hasta dónde llegaba el límite de sus estupideces? Era una incógnita.

—Pero si antes te he tocado... —murmuró, o al menos lo intentó, con voz estrangulada por el dolor de sus manos—. ¿Por qué ahora no?

—No lo sé —mentí, porque así tenían que ser las cosas le gustaran o no—. ¿Vas a seguir intentándolo, o has aprendido la lección?

—Por el momento no —aseguró mientras le escuchaba acercarse a mi lado, pero en lugar de mantener una distancia prudente, hizo todo lo contrario. Se acercó lo suficiente para ver como contenía una sonrisa en mis labios, lo que le hizo alzar una ceja— ¿Y por qué pones esa cara?

—Porque eres muy idiota —terminé por soltar una risa queda, la cual pareció haberlo atontado. Podía verle expresar esa expresión estúpida en su cara, aunque en cierto modo me daba un poco igual.

—Deberías reírte más a menudo —aconsejó, a la que aplaudía con sus manos. Realmente no entendí esa acción, pues le arrancaba siseos, aunque tampoco tenía que esperar demasiado por su parte.

De verdad que era imbécil. Una persona normal y corriente se hubiera ido a mojarse las manos con agua fría o, al menos, a su casa para colocarse alguna pomada para que la piel no se le jodiera. Pero no. Adán era tonto, muy tonto, tanto que empezaba a despertar un poco de diversión en mí, quizá una con un deje algo macabro.

—Bueno, hoy te has esforzado para conseguirlo —le miré de reojo y éste esbozó un aperlada sonrisa que, en cierta manera, me había puesto nervioso— Aunque no te creas que lo vas a conseguir siempre que te lo propongas —advertí con contundencia, apartando la mirada. Aun así poco importaba ahora que lo hubiera hecho, porque sentía sus ojos color ladrillo observándome atentamente. 

—No eres tan malo como pareces —se movió hasta colocarse enfrente, intentando atraparme con la mirada como si fuera una red, aunque sin éxito, pues yo le evitaba en todo momento, lo que le hizo volver a sonreír—. O quizás un poco sí.

—Y tú eres muy pesado —chasqueé la lengua—, así que si no quieres que te toque de nuevo hazte a un lado. Estorbas mi visión perfecta.

—Podría ser yo tu visión perfecta si me lo pidieras —cambió su expresión a una más seductora, en voz baja y ligeramente profunda.

—No me interesas —rodé los ojos mientras suspiraba. Era muy cansino. Así que estiré una de mis manos para dirigirse, con lentitud, hacia su cara hasta que el rubio se hizo a un lado—. Prefiero más admirar a la naturaleza, antes que a un bobo como tú.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora