Capítulo 28. 𝚂𝚘𝚢 𝚞𝚗 𝚋𝚞𝚎𝚗 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚘.

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Quién pensara que Adán se quedara en casa era una buena idea, estaba muy equivocado.

Fue un gran dolor de cabeza, y eso que sólo había pasado el finde semana; así que tendré que explicar lo que pasó hasta el momento de despertar el lunes.


El sábado por la mañana, tras descubrir que era un completo idiota por no saber solucionar sus problemas, verle esa carnicería en el cuerpo y hacerle unas tortitas, tuve la llamada más inesperada para ser el día que era: Elliot me dijo que tenía libre y si quería quedar con él para seguir practicando puntería.

Por supuesto que Adán metió la oreja de por medio y, ahí, surgieron aquellos celos estúpidos que le costaba controlar. Intentó quitarme el teléfono, en plena llamada, y por mi parte llevó un buen manotazo. Incluso tuve que amenazarle que le daría una patada en el pecho si no se estaba quieto. 

Lo hizo, aunque masculló palabrotas.

Por descontado tuve que contarle el problema de Adán sin explicar demasiado. A diferencia del rubio, Elliot no era tan idiota y solía pillar las cosas al vuelo, así que simplemente nos pasamos un rato charlando mientras me movía por la casa. Lamentablemente los ojos castaños de él me perseguían mientras comía su desayuno, aunque se me ocurrió la idea de encenderle la televisión y no tardó en embobarse.

Como un niño.

Cuando salí hacia fuera, aprovechando el estado del otro, fui algo más conciso con el tema y sin enrollarme demasiado. ¿Y su respuesta antes de colgarme? «Buena suerte con tu perro, te hará falta ahora que se quedará contigo». ¿Será cabrón? Lo dijo, además, con un tono entre cantarín y divertido, como si la situación le resultara demasiado divertida.


La tarde del sábado fue otro dolor de cabeza impresionante. Con la ausencia de Jeremy en casa, Adán era excesivamente cariñoso siempre que me pillaba con la guardia baja. Me regalaba besos todo el rato, abrazos por la espalda, me tentaba con susurros y caricias, e incluso se llevó un buen puñetazo en la boca cuando me tocó el culo. 

¡A mí se me respetaba en mi propia casa! 

Al final nos quedamos todo el día en casa: limpiándola, yo leyendo y él viendo la televisión de vez en cuando; a veces me daba un beso suave y yo le miraba mal, sufrí algunas bromas tontas y chistes malos... Y la noche fue el verdadero infierno. En parte.

Acabé descubriendo que Adán era de una forma delante de Jeremy y de otra cuando no andaba cerca o en casa. Cuando mi padrastro estaba a la vista, su estupidez era más contenida y era mucho más respetuoso con las distancias; de hecho, en ningún momento me besó ni me acaricio, aunque sí miraba mucho. Y cuando se marchaba...

Bueno, no habría que explicar demasiado en realidad. Era demasiado obvio.

A la hora de dormir me tocó ponerme la piel de salamandra en el mismo instante que tuve un momento de paz en el baño. Por descontado se acabó quemando y lo envié al sofá con una manta para que no se le ocurriera tocarme por la noche; sobre todo porque él desconocía que el efecto era limitado. Aun así, en la madrugada, posiblemente mientras yo estaba dentro de una pesadilla, él aprovechó para meterse en la cama y dormir abrazado a mí.

Y esto lo sabía, porque en la mañana del domingo me lo encontré apegado como un mono. 

La mañana la resumiría de la siguiente manera: Desayunamos mientras yo lo embobaba con la televisión y ese programa estúpido de comedia, me metí en mi taller para hacer mis cosas y Adán me persiguió como un perro hasta que se aburrió —saliendo afuera para entrenar con todo lo que pillaba—, después comimos y nos marchamos al bosque durante toda la tarde.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora