Capítulo 7. ¡Ó𝚍𝚒𝚊𝚖𝚎!

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Durante toda la noche, hasta que me invadió el sueño, supliqué de todas las maneras posibles no despertar al día siguiente. Iba a ser domingo y eso significaba visitar uno de los infiernos más insoportables de toda mi vida. Seguido, obviamente, de la vez que tuve que visitar la casa de Adán Möon, claro.

Podía ver la luz intentar colarse entre las oscuras cortinas de mi habitación, pero yo no quería levantarme y apartarlas. Mi mayor deseo ahora mismo era quedarme todo el día en la cama y no hacer absolutamente, ni siquiera cruzarme con Jeremy, porque estaba totalmente seguro de que me iba a presionar para irme con él. Por supuesto que era fácil ponerme como me ponía siempre, negarme y mandarlo al diablo; sin embargo algo me decía que hoy no iba a ser posible. Y sobre todo, pese a esto, poco importaba que el picaporte de mi habitación estuviera prendido al rojo vivo. 

Droserós [enfriar]— dije desde mi cama, viendo como lentamente el metal pasó del rojizo a su auténtico color; el dorado viejo. Eso significaba que tenía que esperar un poco por si acaso no hubiera conseguido enfriarlo, porque hallar la palabra fue más difícil que pronunciarla.

Me desperecé en la cama y gemí al estirarme, ya que aunque no quisiera salir tenía que afrontar el día de la mejor forma posible. El domingo iba a ser uno de los días de la semana que más comenzaría a odiar, y eso que recién empezaba el día. 

Alargué el brazo hasta la mesita de noche y cogí el móvil, viendo que marcaba las ocho y cuarto de la mañana. 

Ojalá tuviera internet, pero en este pueblo no parecía existir la señal wi-fi para los móviles. ¿Extraño? Sí. ¿Me sorprendía? No. Este pueblo apestaba a antigüedad lo viera como lo viera, y sobre todo la gente me lo recordaba cada vez que salía de casa para pasear. 

Después de dejar el móvil devuelta a la mesa salí de la cama, la hice lo más lento que pude y miré hacia las cortinas. Deseaba con mucha fuerza que hoy lloviera granizo, piedras envueltas en llamas o meteoritos; sin embargo no iba a pasar, porque esa luz que se veía superficialmente era de un asqueroso, abominable e irritante día con cielo raso. Así que sin muchas ganas quité la cortina, lo que me cegó durante unos segundos. 

Después grité.

No, no gritaba porque el tiempo era perfecto para perderse en el bosque. Estaba gritando por ver a ese idiota ahí, delante de mis narices, dormitando encima del tronco del árbol como si fuera un pájaro. Negué varias veces con la cabeza y retrocedí lentamente mientras lo hacía. 

No, esto tenía que ser una maldita pesadilla. ¡Le golpeé en el escroto! ¡Tendría que odiarme! ¡Alejarse!

Al tropezar en la cama y caer de culo, vi como el rubio bostezaba y estiraba sus brazos, chocando con una parte del ramaje. En cuanto se dio cuenta de mi presencia esbozó una gran sonrisa y saludó con su mano derecha mientras, con la otra, ocultaba un segundo bostezo. ¿Y yo que hacía? Nada, estaba mirándole como un idiota y no sabía muy bien cómo comportarme en esta situación.

Rápidamente me puse de pie, abrí la ventana con brusquedad y apreté los dientes. 

—¡Fuera! —gruñí y Adán se carcajeó, dejándome con cara de idiota.

—Ya estoy fuera, bobo —volvió a reírse mientras se sujetaba al tronco—. Y buenos días.

—¡Serán para ti! —le grité esta vez y ahogué un segundo grito—. ¿Y qué coño haces ahí?.

Haim, relájate. No dejes que este idiota te saque de tus casillas, pensé en mi fuero interno tantas veces como me fueran posibles. 

Pero, en serio, ¿qué diablos pintaba ese idiota en ese lugar? 

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora