Capítulo 2. 𝙾𝚍𝚒𝚘 𝚊 𝚙𝚛𝚒𝚖𝚎𝚛𝚊 𝚟𝚒𝚜𝚝𝚊.

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—¿Tienes algún plan para entretenerte mientras buscas algo? —dijo mi padrastro, dejando una taza en la mesa.

—Tengo una una pequeña idea, aunque no estoy muy seguro de si podré llevarlo a cabo —me encogí de hombros, mostrando poco interés. Aun así vi como él sonreía de lado, lo que me provocó una punzada de molestia, empujándome a chasquear la lengua.

Llevaba toda la tarde, y parte de la noche del día anterior, pensando en qué invertir mi tiempo. Era lo suficientemente realista como para saber que en este pueblo la gente no me iba a ofrecer trabajo, y tampoco podía pasear por aquel bosque de la zona este —donde estaban las casas de las familias adineradas— por culpa de esos idiotas. 

Mucho menos podía practicar en secreto mis habilidades mágicas por dos razones. La primera, había aprendido la lección de no provocar fuego en un lugar hecho de madera; y, segundo, no tenía el espacio suficiente para entrenar. Claro, era más que obvio que en este pueblo asqueroso tenía que aparentar ser una persona normal y corriente, pero yo era quien era.

Pese a todo esto me decanté por algo que siempre quise aprender a hacer pero que, por unas cosas u otras, nunca llegué a intentarlo enserio: Carpintería.

Ya, ya lo sé. Quizás te preguntes: ¿Qué hace un chico de veinte años, con el poder de manejar el fuego, haciendo carpintería? Es una antítesis, pero esto tiene varias explicaciones. 

La primera de ellas era porque la madera forma parte de la naturaleza, lo que me haría recordar que, aunque no tenga el libro necesario para controlarla, al menos podría trabajar con ella. La segunda era porque con el material que había, sería una estupidez no aprender. Y lo tercero, pero no menos importante, me mantendría ocupado para dejar de pensar en todas aquellas cosas que me encendían de mala manera.

—¿Cómo por ejemplo? —insistió Jeremy con interés mientras me clavaba su mirada azulada.

—Carpintería —murmuré, pero él pareció haberme escuchado y sonrió por ello. Odiaba que sonriera tanto, por todo, como si estuviera emporrado todo el día y eso lo empujara a estar de buen humor en todo momento—. Es una chorrada, pero he visto que tenías una mesa de carpintería y...

—¡Ah! —se rio al escuchar aquello, aunque no me dejó terminar—. No es mía, era de mi padre —aclaró y bebió de su café con calma—. Creo que las llaves estaban... —murmuró a la vez que se levantaba del sofá monoplaza, deslizándose por la cocina, hasta que halló las llaves dentro de un recipiente que ponía «ajos»— ¡Toma! —dijo mientras la lanzaba desde la distancia.

Las atrapé mal y me golpearon en el cara, a la vez que mi padrastro expresaba una mueca de ligero dolor. Lejos de enfadarme torcí el morro y me agaché para cogerlas, las observé poco interesado y las dejé al lado de la taza.

Después de aquello me cerré en banda y no quise hablar más con él, así que me marché al garaje antes de cubrirme la herida con una tirita cuadrada; al llegar a la puerta metí la llave, la giré y al abrir sentí como si en algún momento mi cuerpo adoptara la sensación de tener asma. La peste a humedad y polvo era horrible, poco soportable, y cuando decidí armarme de valor para entrar no aguanté ni un minuto, porque salí escopeteado hacia fuera.

Maldije a todo lo que se me pasaba por la cabeza, sobre todo a la familia por parte de Jeremy, que me parecieron unos auténticos cerdos por no mantener ese lugar ventilado. De hecho, pensar en ello me hizo preguntarme si aún vivían, puesto que mi padrastro no tenía más de cuarenta y cinco años, quitando a su primo Brandon. Terminé por negar con la cabeza, me giré en dirección al garaje y tragué todo el aire que podía soportar. En cuanto lo hice entré dando pisotones y zancadas hasta llegar a la puerta metálica, metí la segunda llave y ésta se abrió lentamente con un abrupto chirrido que me erizó la piel.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora