Capítulo 22. ¿𝙼𝚎 𝚟𝚊𝚜 𝚊 𝚎𝚜𝚌𝚞𝚌𝚑𝚊𝚛?

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—¿Haim? —escuché la voz de Elliot un poco lejana, como si una capa de agua intentara robarle el sonido de sus palabras. Y eso que estaba, literalmente, al lado—. ¿Te duele algo?

Me hubiera gustado decirle que me dolía el corazón desde el miércoles, que huí calle abajo llorando como un niño, destrozándome por dentro como lo harían una de mis pesadillas... Y también me hubiera gustado decirle que el jueves exploté. Mis emociones se arrastraron como un río embravecido por los recuerdos, y terminé rompiendo el reloj. 

También lo quemé.

—No —sonreí suavemente, con pocas ganas. Era difícil hacerlo cuando las brasas de mi pecho me recordaban que habían pasado un par de días desde aquella ridícula huida—. Es solo que hoy ando un poco en la Luna.

—Ya lo veo ya... —murmuró algo preocupado—. ¿Qué tal si caminamos un poco? Seguro que te vendrá bien —esta vez sonrió él y lo hizo mejor que yo. 

—Es una buena idea —di unos suaves golpes sobre su hombro e inicié yo el camino hacia ninguna parte.

¿Qué podía decirle? En realidad no más de lo que me gustaría, pese a saber que Elliot sería un buen confidente. No es que no confiara en él, era sólo que no quería aburrirlo con mis estúpidos sentimentalismos. Es decir, esto de decirle algo como «Pues nada, rompí el reloj que estuve fabricando porque me cabreé. Ah, y también le prendí fuego sin vacilar. Pero estoy bien, ¿eh?».

Patético.

Los sentimientos eran un asco y estaba hasta las narices de que las mariposas aparecieran cada vez que Adán y yo cruzábamos miradas. Nunca la misma calle; yo me encargaba de dar media vuelta e irme sin mirar atrás. Tampoco intentó detenerme. Una lástima que esto no se pudiera apagar o encender como lo haría con el interruptor de casa. 

El lado bueno de esto era que, el tiempo, me estaba ayudando a recomponerme sin esperar nada a cambio por mis esfuerzos. Ya había adoptado una manera de proteger mis heridas, y desde luego que la amabilidad no era precisamente esa segunda piel, era peor. Tenía que volver a levantar cabeza, volver a ser el mismo chico desagradable y frío; lo estaba consiguiendo, poco a poco. 

Obviamente con Elliot no, pues siempre me trató bien.

—Falta poco para tu cumpleaños, ¿no? —Elliot saltó un pequeño trozo de árbol destrozado, con torpeza, y después frunció el ceño al comprobar que se le había quedado un trozo de madera en el zapato.

—La semana que viene —suspiré desganado—. De todos modos no voy a celebrarlo.

—¡¿Qué?! —gritó, asustándome por tan repentino sonido, y al comprobar mi reacción se carcajeó durante unos segundos—. ¿Por qué?

—¿No es obvio, Elliot? —chisté la lengua y negué con la cabeza, saltando el mismo tronco que él— No tengo amigos y en ese pueblo casi todos me odian sin razón. ¿Para qué molestarse?

—¡Ah, pues muchas gracias por no considerarme tu amigo! —reclamó teatralmente, emulando una falsa molestia por mi comentario.

—Eres un idiota —me reí algo más animado y cuando estuve a su lado, sin darle tiempo a reaccionar, le pegué un capón suave—. Ya sabes lo que quiero decir.

—Qué violento... —se mofó, sobándose la nuca y luego negó con la cabeza—. Pero, ahora hablando enserio, me gustaría que hicieras una pequeña fiesta —ensanchó una sonrisa demasiado alegre, lo que me hizo mirarle con desconfianza—. ¿No te encantaría que te visitara, y te acompañara en un momento tan especial?

—Sólo es un día más —sacudí las manos en el aire y reinicié el camino—. Pero te prometo que lo pensaré hoy, ¿vale?

No respondió, lo que hizo que me girara para observarlo. Para mi sorpresa me lanzó una pequeña bola de agua, del tamaño de una canica, en la frente; caí al suelo al instante de la impresión.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora