Capítulo 30. 𝙴𝚜𝚝𝚘 𝚗𝚘 𝚎𝚜𝚝𝚊𝚋𝚊 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚙𝚕𝚊𝚗...

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Adán no vino, como bien dijo Kali. De hecho, la última semana de Marzo dormía prácticamente con las ventanas abiertas con una pequeña esperanza. El anhelo de que se colara el rubio entre los ventanales, ingresara en mi habitación durante la madrugada y me despertara —sin importar la hora que fuera— con uno de esos besos que quería volver a recordar. 

Ya daba demasiado igual que lo hiciera por sorpresa, como un ladrón.


Conforme pasaron los días (de Marzo), tuve que comenzar a maquinar absolutamente todo lo que quería llevar a cabo con la mayor discreción posible: La boda se realizaría el 29 de Abril, un día antes de luna llena y siendo el final del mes; estaba prácticamente seguro de que Kali había enviado a alguien para vigilarme muy de vez en cuando y, así, tenerla bien informada en el caso de que Adán viniera a por mí; intentar ser lo más normal posible pese a que la pelinegra parecía no saber lo que era yo; no llamar demasiado la atención de Jeremy; mantener todo el plan que formamos Elliot y yo de la forma más perfecta posible, eso incluyendo el irnos con su moto a lugares variados... Entre otras cosas menos relevantes o complejas.

Tenía, exactamente veinte días para que todo no se fuera a la mierda; y ya, tras mucho pensar mientras mi mente se intentaba aclimatar a todos los cambios —al menos los que respectaban a mis emociones—, llegué a la conclusión de que esto iba a ser más complicado de lo que jamás hubiera imaginado. 

No podía acercarme a la casa de Adán, porque Klaus y un chico que no había visto en la vida se metían por medio y me echaban a empujones, como dos gorilas custodiando una prisión. Y mucho menos tenía que arriesgarme en alejarlos con la piel de lava o la de salamandra; eso me demostró que Kali no había hablado de nada de eso con nadie. Era astuta. 

O quizá una idiota.


—¿Qué te parece? —pregunté mientras Elliot cubría su boca con un puño, a la vez que miraba a su taza de café sin mucho interés— He tenido que pulir muchos detalles en todo este tiempo, pero creo que saldría bien —sonreí levemente, confiado en lo que estaba diciendo.

—Es horrible —dijo por fin, lo que me arrancó un bufido lleno de irritación—. ¿Tienes idea de cuánta gente acude a una boda, Haim? Siendo lobos, lo más probable es que sean como mínimo cinco decenas —suspiró y negó con la cabeza, reforzando lo que iba a añadir—: Es una estupidez, y puedes acabar muerto por hacer eso.

—Bueno, ¿y qué hago, genio? —farfullé mientras me levantaba de la silla para dirigirme a la cocina—. He pulido todo lo que se me ha ocurrido, ¿y me dices eso? —abrí la nevera con brusquedad y saqué la leche, para luego colocarla en una pequeña taza de café.

—No me escuchaste cuando te hablé sobre los lobos y su forma de realizar rituales; tampoco los de convivencia, ni los de adaptación, ni de combate... —masajeó su frente con su mano, como si le estuviera dando dolor de cabeza—. Prácticamente te limitaste a asentir y no aceptar nada. 

—¡Es qué no puedo creer tal cosa! —exclamé un poco alterado, colocando la taza con leche en el centro de la mesa—. ¿Cómo diablos se van a transformar en animales?

—Haim —dijo Elliot con lentitud, ahora mirándome con un gesto amable. Siempre que empleaba ese tono, junto a esa mirada, sabía que estaba intentando no sobresaltarse pese a mi negación a creérmelo todo—. ¿Te crees qué la gente te creería si alguien le dijera que provocas llamas con las manos?

—No —musité, avergonzado, aunque no conforme para aceptar del todo esa chorrada de los humanos que se trasformaban en lobos—. Pero...

—No, Haim —insistió para no escuchar mi excusa. Agarró la taza con cuidado, vertió un poco de leche en su café y la dejó en su sitio mientras sus ojos se apreciaba un brillo apagado. No estaba seguro de si estaba triste o cansado—. Estas cosas tendrán que hacerse de la forma más cautelosa posible, así que escúchame atentamente... 

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora