Pagué cara mi osadía, tanto que llegar a casa fue un auténtico infierno. Tardé alrededor de una hora entre parada y parada, resoplando cuando sentía punzadas y apretando los dientes cada vez que hacía un movimiento brusco. Casi parecía que las agujas de mi pecho se habían trasladado a mi pierna, recordándome durante todo el trayecto el precio por jugar con lobos.
En cuanto conseguí incrustar la llave dentro de la cerradura, por impulso, tuve que girarme a la vez que escupí un siseo por el movimiento. No había absolutamente nadie. Ni siquiera me observaban, y mi alarmismo solamente era latente por los resquicios del momento que salí por mi propio pie.
Kali me engañó, y lo hizo demasiado bien. No debí haberla subestimado en ningún momento.
A la mañana siguiente me recordé que tenía seis días para que todo esto terminara de una forma u otra. E incluso di por hecho que Adán no volvería a visitarme, sobre todo porque Klaus tenía toda la razón: Se acercaba la fecha y, con ello, los preparativos y últimos retoques hasta rozar la perfección. Sin embargo yo me encargaría de destrozar esa mentira.
Cuando salí de la cama me marché hasta el baño, saltando con una pierna y me acerqué hasta el botiquín para agarrar el alcohol y las gasas. Tras terminar de curarme y colocarme la protección tuve una idea absurda, una que quise creer que podría servirme para poder caminar con un poco menos de problema.
Salté hasta la habitación y opté por sentarme en la silla, llevando mi mano al jarrón y comencé colocar una película de tierra húmeda en la zona.
—Gi, gíne sklirós. Pyrkagiá, prostatépste tin ámyna. [Tierra, vuélvete dura. Fuego, protege su defensa] —murmuré en el mismo instante que dejé de mover la mano, colocándola sobre la herida.
Pude sentir, al principio, cómo la tierra comenzaba a eliminar el agua gracias al calor de mi palma lentamente. Después la masa comenzó a endurecerse hasta formarse como una segunda piel, aunque tardando lo suyo al ser un tanto gruesa. En total, me llevó cerca de media hora completarlo todo, dejándome un poco cansado por mezclar ambos elementos y empujándome a tumbarme de nuevo en la cama.
No era una protección demasiado buena, tampoco era roca y mucho menos arcilla. Únicamente tierra con un poco de abono en forma de protección temporal en lo que se curaba, y aun así tendría que tener mucho cuidado de que no se me infectara o rompiera.
Volví a quedarme dormido.
Cuando volví a despertar el Sol pareció haberse movido de su lugar, e interpreté que habían pasado no más de unas cuantas horas. Incluso podía escuchar a Jeremy carcajearse en el salón, sabiendo que la persona que estaría con él no era Adán. Me hubiera gustado que fuera el rubio, mas tenía que ser realista. Esto tenía que hacerlo solo a partir de ahora, Elliot ya hizo su parte.
Al estar ya vestido sólo tenía que encaminarme hasta ahí. Apoyé el pie un poco con algo de miedo a que esto no hubiera funcionado, mordí mi labio por si debía de contener un grito y únicamente sufrí una pequeña punzada. Ligera, soportable, aunque no podía caminar del todo recto sino que me movía un poco raro.
En cuanto llegué a las escaleras bajé un poco, asomándome para ver quién se hallaba ahí con mi padrastro; Ada y Jareth. E inconscientemente chisté la lengua, porque esto fue un encuentro agridulce. Por un lado me encantaba ver a Ada, era demasiado tierna y agradable; pero por otro estaba Jareth, mi padre aunque no quisiera confesarlo abiertamente ante nadie.
—Hola, Haim —sonrió el moreno, quien me encontró en pocos segundos. Estaba casi seguro que fui lo bastante silencioso para que nadie me encontrara, pero él no fallo al mirar en el lugar exacto.
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𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘
WerewolfPese a que Haim era un brujo con mucho potencial, eso no le hizo menos culpable del terrible accidente que le obligó a cambiar su vida por completo. Con su familia muerta, prácticamente fue empujado a trasladarse a Newburg con su padrastro para inte...