Capítulo 18. 𝙽𝚘 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚘.

731 71 2
                                    

Hay quien dice que las buenas acciones llevan consigo buenos resultados, y sin embargo yo no deseaba obtener nada por ello. Fue un momento de debilidad que no quería volver a vivir, sobre todo porque eso daría hincapié a que Adán se comportara mucho más insistente que antes. 

Aparte de ello, la gente de este pueblo seguía tan estúpida como siempre. 

Pasé parte de la mañana del martes huyendo, entre las calles, de unos niños que intentaban golpearme con palos al grito de «El raro». Bueno, quien decía niños, también quería decir que tendrían más de doce años; que de poco servía, porque casi recibía el mismo efecto que con los de la otra vez: Golpes, gritos y amenazas, mientras los adultos se quedaban mirando el espectáculo.

Para los pocos niños que había en este lugar, casi parecía que todos se dirigían hacia mí como imanes al metal, empujándome a que recibiera futuras heridas que yo mismo sólo podía evitar huyendo. Por descontado, esto también incluía los traspiés en mis escapadas, siendo observado por aquellos adultos que enlazaban constantemente expresiones de molestia, burla e indiferencia. 

¿Por qué miraban de esa forma sin siquiera conocerme? ¿Qué había hecho yo para que me vetaran la inclusión, en el mismo día que puse un pie en su estúpido pueblo de paletos?

Pensar en aquellas cosas no me ayudaban, aunque siempre sabía dónde esconderme cuando las cosas se ponían feas; mi garaje o el bosque. Eran los únicos lugares donde mis perseguidores me dejaban realmente en paz, pero eso no incluía que me sintiera a salvo —al menos en el bosque—, ya que Klaus aparecía cuanto menos me interesaba.

—Malditos niños —suspiré con pesadez en el mismo instante que cerraba la puerta del garaje, usando la llave todo lo rápido que podía—. Hoy tampoco pude ir a ver a esa señora.

Bueno, qué importaba realmente. Aquella mujer no se iría de aquel lugar y, si lo hacía, siempre podía volver otro día y hablar con más calma. Aun así las dudas sobre esa anciana no me dejaban en paz. ¿Qué sabía ella? ¿Cómo podía saberlo? ¿Sería ella también una bruja? Cuanto más pensaba, más comenzaba a frustrarme, porque sabía que las respuestas no sería resueltas por mí mismo al carecer de información. 

Iba a ciegas. Qué absurda ironía pensar de esa forma.

No había caso de darle tantas vueltas, lo mejor era ocupar la mente con la madera. Y eso fue lo que estuve haciendo durante un buen rato, hasta que Jeremy tocó a la puerta, provocando que le prestara a tención para ir a comer, cosa que no había reparado en ningún momento debido al estrés y la frustración acumulada. 

En cuanto pusimos la mesa y encendió el televisión, buscando su programa de comedia, me miró con una media sonrisa, respondiéndole yo con un gesto inexpresivo. No quería que me viera perturbado por lo ocurrido durante la mañana. Tenía que aguantar el tipo todo lo que pudiera, sobre todo para evitar que se pusiera en el plan de siempre.

—¿Te lo pasaste bien ayer? —preguntó mientras llenaba su vaso de cerveza—. Me refiero a que te vi durmiendo con Adán en el sofá, con la televisión encendida.

—Fue aburrido —pinché sobre los macarrones con tomate, intentando sonar apático—. Se durmió enseguida, así que no sé para qué se molesta en venir a molestarme.

Jeremy suspiró con pesadez y luego negó con la cabeza. Estaba casi seguro que en su cabeza las excusas eran obvias, o al menos para mí sabiendo lo que sabía. Él siempre tenía que tener una opinión positiva con todo el mundo, sin importar cuán insoportable fuera el individuo. Era algo que le gustaba a mi madre pero, a diferencia de ella, él rayaba lo absurdo. Siempre tan feliz, tan despreocupado, tan amistoso... Para mí, su personalidad era asquerosa.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora