¿En qué momento me quedé dormido? No lo recordaba.
En mi mente, pese a que todo lo que me rodeaba estaba cubierta con la misma oscuridad del petróleo, a veces percibía los ojos de Adán, los de color ladrillo, apareciendo y desapareciendo de todos los lugares. Me observan durante unos segundos y luego acaban en otra parte, como los espectros que te acechaban durante una pesadilla.
¿Y el fuego? ¿Y mi casa estallando en miles de pedazos? ¿Y los gritos de mi familia?
Eran tantas las preguntas que podría hacerme en este momento que, pensándolo con detenimiento, no podría responder por mucho que lo intentara. Era como si, éstas, se hallaran tras una gruesa capa de hielo y no pudiera atravesarlas. Me inquietaba no saber, cuando estaba más que habituado a sufrir esta condena.
Entonces escuché el sonido a lo lejos. Era un aullido de un lobo que apareció en algún lugar, y su color se me dificultaba, además de que sus ojos me atravesaban el alma. Esos orbes oscuros deseaban matarme, y lo único que podía hacer era huir todo lo rápido que pudiera. Y sabía que mis piernas no eran rival para sus cuatro patas, pero lo intenté, de verdad que lo intenté.
Corrí por mi vida, alejándome aunque mis extremidades pesaran. No era cobardía, sino supervivencia, la misma que utilizaba en todas mis escapadas cuando el peligro acechaba en algún lugar. Claro, podría prenderle fuego pero, ¿me daría tiempo? ¿Sería capaz de pronunciar las palabras adecuadas para que el animal no me matara?
En cuanto me giré el lobo no se hallaba cerca, ni siquiera le escuchaba. Pese a bisbisear por todos los rincones que podía permitirme, la bestia se había alejado tan rápido como la posibilidad de defenderme en el momento oportuno.
Al volverme a dar la vuelta ya era tarde, demasiado tarde.
El lobo me había mordido la cara.
*****
Abrí los ojos casi de golpe, sintiendo como la luz de la habitación era mucho más luminosa que muchos otros días. Tenía la respiración agitada, las manos me temblaban y temí que el nudo de mi garganta se transformara en un soga, una que me impediría pronunciar las palabras adecuadas y evocar las llamas.
—¿Estás bien? —la voz de Adán me obligó a darme la vuelta en la cama, encontrándome con esos ojos castaños que me analizaban, junto a las cejas fruncidas, en modo preocupado— Llevas un buen rato mascullando palabras raras.
—Qué te importa —respondí mientras le empujaba de la cama, escuchando como su cuerpo se estampaba contra la madera.
—¡Au! —expresó antes de reírse— No sabía que te gustara jugar tan duro al despertar —se levantó, colocándose de rodillas y luego apoyó los brazos sobre el colchón—. Eso es divertido —acotó sonriendo.
—Fuera —gruñí, tirándole el aliento para que así se alejara. Lo hizo, porque en cuanto lo olió arrugó la nariz y retrocedió un poco.
Salté de la cama, tronando mi cuerpo y antes de tocar el picaporte me lo quedé mirando por un momento, dudando de si lo habría enfriado o no. Aún seguía algo atontado.
—Yo que tú no lo tocaría —advirtió el rubio desde atrás— Yo he tenido que salir por la ventana para poder ir al baño.
—Droserós [enfriar] —susurré y, segundos después, apoyé la mano en el picaporte para abrir la puerta. Nada más hacerlo me giré hacia Adán, quien tenía la boca ligeramente abierta mientras me miraba incrédulo—. Como me vuelvas a abrazar u obligar a estar contigo en la misma cama... —pegué un pistón fuerte contra el suelo—. Te reviento las pelotas. Cuatro veces.
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𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘
WerewolfPese a que Haim era un brujo con mucho potencial, eso no le hizo menos culpable del terrible accidente que le obligó a cambiar su vida por completo. Con su familia muerta, prácticamente fue empujado a trasladarse a Newburg con su padrastro para inte...