Capítulo 3. 𝙽𝚘 𝚖𝚎 𝚖𝚒𝚛𝚎𝚜...

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No estaba muy seguro de qué era lo que odiaba más de este momento: Si a Adán observándome con la mirada como si fuera un cazador, o los ojos de Annie que ocultaban un brillo de malicia entre esa apariencia juvenil e inocente. 

Quizás ambas, en conjunto.

La madre de Adán era una mujer preciosa, tenía que admitirlo, sobre todo porque una persona como ella parecía sobresalir de forma muy especial, aunque no lo pareciera. La palabra que le quedaría como anillo al dedo sería «maternal», una madre de los pies a la cabeza, además de una esposa que hacía juego con esa titánica apariencia de Axel Möon.

La Sra Möon, la cual se llamaba Ada, era una mujer de largos cabellos dorados que caían hasta la altura de su pecho como una cascada de oro, los ojos grandes y brillantes de tono miel y la piel casi tan blanca como la de mi padrastro. Por su tamaño, si la comparábamos con el gigante de su marido, ella parecía una enana, midiendo quizás el metro sesenta. De extremidades cortas y esbeltas pese a su ligera delgadez, además de unos rasgos muy agradables y perfilados.

Entre ella y Jeremy casi parecían que inundaban la casa con un buen ambiente con sus risas y su buen humor, lo que me dejó ver que también era elegante. Su vestimenta no tenía que ver, pese a llevar un alegre vestido color amarillo limón con flores que rodeaban su cintura, sino porque destilaba esa cualidad en todos y cada uno de sus gestos. A diferencia de la brutalidad de su marido y la petulancia de su hijo, ella parecía pura bondad. Cualidad que, curiosamente, no me molestaba.

Mientras que los adultos estaban enfrascados en una conversación llena de diversión y buenas caras, Annie y Adán se alejaron un poco para hablar entre ellos. Pude sentir sus ojos analizándome a la vez que observaba la casa con bastante curiosidad, a veces asintiendo que esta familia tenía buen gusto.

Todo el interior era bastante moderno y no había ningún rincón sobrecargado. Muebles tanto claros como oscuros, los grandes ventanales dorados, la escalera de piedra blanca y cortinas de un agradable azul celeste era lo primero en lo que me fijé. Al estar en el espacioso hall, me hizo creer por un segundo que esto no parecía una casa sino un palacete. Techos altos, paredes de un suave gris perla, barandillas de madera, una brillante lámpara de araña... El lujo no era abundante, pero sí notorio en la decoración.

Después de unos minutos analizando todo, escuché a mi padrastro que me llamaba para que fuéramos al salón, el cual se situaba yendo todo recto a la derecha. 

Al entrar las tres ventanas juntas me dieron una buena sensación de luminosidad, una cálida bienvenida que hubiera recibido en el caso de ser de día y no el inicio de la noche. Una larga mesa de madera con doce sillas de un color más claro, unos cuantos cuadros de paisajes, una alfombra redondeada de color granate bajo la mesa y las paredes de un finísimo color amarillo. Elegante, suave y agradable... Todo parecía estrictamente muy bien elegido.

En cuanto todos nos sentamos —estando yo flanqueado por una silla vacía y mi padrastro—, maldije a mis adentro cuando Adán se sentó frente a mí, alejándose de donde estaban sus padres. Me observaba atento a lo que hacía, como si no se fiara de mí; y aunque me hubiera gustado mucho insultarlo para que me dejara en paz, me limité a matarlo con la vida. 

—Tiene una casa muy hermosa, Sra Möon —dije, en cuanto mi padrastro me dio un suave codazo para que dijera algo, ya que estaba guardando demasiado silencio desde el mismo momento que entré en la casa.

Mis palabras parecieron sonrojarle un poco a la mujer y llevó sus manos a sus mejillas, a la vez que sonreía con suavidad.

—Es muy amable de tu parte, Haim —agradeció con su voz cantarina, mientras me miraba con una sonrisa brillante, sin apartar las manos de su cara—. Le dediqué mucho tiempo para dejarla como ves, ya que soy interiorista.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora