Capítulo 29. ¡𝙰 𝚕𝚊 𝚖𝚒𝚎𝚛𝚍𝚊 𝚕𝚘𝚜 𝚜𝚎𝚌𝚛𝚎𝚝𝚘𝚜!

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Ya lo dijo mi madre en su momento: «Haim, los secretos tarde o temprano acaban saliendo. Por eso es importante que, al menos, una sola persona lo conozca para que no pese tanto cuando salga a la luz». Sin embargo, en mi caso ya lo sabía Elliot. ¿Entonces no contaba él, por ser un brujo como yo? ¿Era necesaria una persona más? Adán no podría serlo. Era demasiado impetuoso, bocazas e inmaduro; decirle algo así acabaría por destrozarme, empujándome a la boca del lobo. 

Como lo era él.


Era muy consciente de que las cosas siempre podían acabar siendo peor de lo que yo mismo imaginaba, sin importar lo que quisiera o lo bien que lo estuviera pasando. No habían momentos de paz eterna, de risas y buen humor congeladas en un espacio limitado; ni siquiera la privacidad que tanto anhelaba tener cuando no quería marcharme de una situación específica.

Todo podía romperse en cientos de pedazos, como los sueños al despertar. Pero esto no era un sueño, lo que estaba presenciando en primera persona era mucho peor que una pesadilla: Kali estaba detrás de la ventana, de pie y con los brazos cruzados. Su rostro se había endurecido y, como en los dibujos animados, una sombra imaginaria cubría parte de su cara en mi mente. En sus cuencas los ojos brillaban tan intensamente como acacias amarillas y yo, lejos de la realidad, me imaginaba muerto en el mismo instante que sus manos llegaran a rozarme la piel.

Podía ver, sentir y sufrir desde lejos aquel sentimiento de odio que lanzaba como dardos invisibles, atravesando la ventana como si fuera una cortina de humo e impactaban en mi piel. Se incrustaban en mi cerebro hasta que el veneno tocaba mis regiones cerebrales para provocar un estado de alarma. 

—Esto va a ser un problema, Adán... —murmuré mientras tragaba saliva con dificultad, porque esto no tenía pinta de que fue a ser una conversación tranquila. Una alarma no se activaba por un par de palabras, y mucho menos si tenía delante a una loba furiosa.

—Tenía que haber aparecido en el peor momento —chistó la lengua el rubio con gran decepción y me apartó de su cuerpo—. No te acerques a ella, así que deja que yo me encargue, ¿de acuerdo?

No era un aviso, sino una orden. Lo pude notar por su forma de decírmelo.

—Deberías haberlo hecho en su momento, no ahora, estúpido —tuve que negar con la cabeza mientras le empujaba con la mano. Me repetí que era un idiota, uno que se dejó embaucar demasiado fácil por su calor y sus gestos, y ahora las consecuencias de mis actos me estaban rebotándome en la cara—. Soluciónalo.

—¿Un besito de buena suerte? —bromeó y mi cara se crispó, porque este momento no me parecía idóneo para gastar ese tipo de bromas—. ¿No? Bueno, pues te lo tomo prestado sin tu permiso.

Y sin decir nada me robó un beso que me arrancó hasta el aliento. Eso, o yo me quedé medio idiota por la intensidad que aplicó en ese beso, sujetándome la quijada con una mano y sintiendo la calidez de los músculos de su boca. Hasta que se apartó y sonrió con descaro.


Cuando Adán salió para estar cerca de Kali, la chica no dudó en ningún momento en pegarle un buen puñetazo cuando lo tuvo cerca, golpeándolo en el labio hasta que vi la sangre sobre la zona. Le dio fuerte, con rabia, y no era para menos en realidad. 

Con mucho cuidado abrí un poco la ventana para escuchar la conversación, aprovechando que ambos estaban hablando a una distancia no muy lejana de la casa. Si ella estaba furiosa, lo más probable era que hablaría a un volumen medianamente alto; o gritaría. De todos modos yo quería enterarme para no llevarme ninguna sorpresa tiempo después, pues ya sabía que Adán no siempre hablaba de todo lo importante y, cuando yo me enteraba, era demasiado tarde.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora