Capítulo 32. 𝙽𝚘 𝚙𝚞𝚎𝚍𝚎𝚜 𝚜𝚎𝚛 𝚖í𝚘.

527 62 6
                                    

Cualquiera diría que estaba loco por hacer lo que estaba haciendo, tentando al destino siempre que Adán se acercaba hacia mí y me tocaba con su piel. Ese tacto áspero que, a veces, se sentía suave como las plumas de un pájaro; sobre todo cuando sus labios se incluían en la ecuación. En suma, su cuerpo daba señales al mío, y mi cerebro no tenía ninguna vergüenza a la hora de responder a los estímulos mediante palabras y movimientos.

Mas no podía permitirlo. Al menos no tanto como me hubiera gustado.

Me gustaría decirle, a la cara, que no podrá ser mío. Y yo tampoco suyo, al menos cuando sentía los momentos en los que podíamos ser una pareja que disfrutaba del momento. No podía ser mío, nunca, porque mi miedo al compromiso me abrasaba más fuerte que mis propias llamas; sentía la asfixia de pensar en el futuro con él, el dolor de cualquier grieta formarse en mi piel cuando mis ojos pillaban algo que peligrara mis sentimientos, la duda de que fuera insuficiente para él, la inquietud de dar un paso al frente cuándo ni siquiera podía avistar tierra delante de mis narices... Por eso no podía ser mío; y yo tampoco suyo.

Me gustaría decirle, entre silencios, que mi corazón hacía tiempo que dejó de ser de mármol pero que aguardaba tras el cristal. Que además temía caer y romperme junto a ello, creando nuevas heridas que me echaban para atrás. Porque, quisiera o no, había un plan. Uno que me lo jugaba todo a un cara o cruz, que me dejaría roto e irreparable o sanaría una porción de mis dolencias internas más profundas. 

Sabía que habían cosas pendientes, que yo mismo debía de hallar durante este camino lleno de espinas y zarzas; pero temía callarlo al final. No decirlo entre dientes, no dejarme embrujar cuando Adán me besaba, tentándome a hablar.

A veces, esto que experimentaba era un sentimiento visceral.


Mientras escapaba de Adán, entre risas, pude sentir las miradas de Klaus y las otras dos chicas que nos observaban un tanto confundidas por nuestra sincronía y compatibilidad. Quizá veían algo que nosotros no podíamos analizar, y parecían guardarlo entre distintas expresiones. Mientras que el moreno y la tal Maggie alzaban sus cejas para observarnos con incredulidad, la rubia lo hacía con una sonrisa divertida a la vez que se pegaba al gruñón de su novio. Le abrazó fuerte del brazo y le dio un beso en la mejilla para que, en pocos segundos, mientras yo me acercaba a ellos mediante brazadas, aflojara la rugosidad de su piel. Y sonrió, mirándola con un pequeño gesto con sus labios alzados.

Lily era como Ada. Mujeres suaves, amables y de corazones tan cálidos bajo su piel que transpiraban sentimientos agradables y para nada maliciosos. Eran buenas personas, aunque todos sabíamos que la gente buena siempre parecía ocultar muchos secretos consigo. A veces eran historias oscuras, donde las heridas pasaron a ser cicatrices ocultas entre sus ropajes; otras veces se resentían en soledad sobre el pasado, y todas las pruebas que tuvieron que sobrepasar para sonreír; y en algunas ocasiones sólo eran estrellas que brillaban, tan intensamente, que algún día morirían en una opaca oscuridad. 

Sólo que ellas no lo sabían, mas vivirían el momento hasta el último aliento.

Al final terminé jugando un poco con ellos, tirándonos agua entre todos mientras el ruidoso de Adán lanzaba risotadas que se perdían por el bosque. A veces me empujaba hacia abajo, otras lo hacía yo; una vez Lily era la que me atacaba por la espalda y me empujaba suavemente, para que un buen trozo de agua me hiciera desorientarme y, luego reírme. E incluso el propio Klaus pareció relajarse lo suficiente para lanzarme un buen chorro, palmeando el agua, y consiguiendo que entrara en mi boca. 

Maggie, sin embargo, era la que parecía en esta ocasión un poco más desconfiada. Al menos por un largo tiempo, porque al final llegaba el rubio y la asustaba por detrás mientras la agarraba por la espalda, lanzándola como una muñeca contra el agua. Gritaba alto y claro de la impresión; después se vengaba sin mostrar ni un ápice de rencor.

𝕹𝚘 𝓢𝚘𝚢 𝓣𝚞𝚢𝚘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora