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Arabella estaba que no podía creer lo que le contaban, parecía una broma, no de mal gusto, sino mas bien para reírse bien fuerte, y así hizo. Con tanta ganas, que las lágrimas brotaban de sus ojos.

Era tan difícil de creer lo que en ese momento estaban presenciando, nadie se tomaría a la ligera algo así, nadie a excepción de Arabella que se retorcía frente a ellos. Dejando al descubierto su naturaleza despreocupada.

—¿Sabes que si no te llevamos nos van a cortar la cabeza?— preguntó Circe.

—Ay, lo se, solo me parece una locura que ese idiota llore por mi.— respondió Arabella calmando su risa.—Bueno, vamos a ver como lo solucionó.

Los tres, junto con sus familiares, se fueron a donde se encontraba al resguardo el noble que lloraba por la bruja. Caminaron tan lento como si nada los corriera, poniéndose al día por el año que se habían dejado de mandar cartas. Cáliz, quien iba dando brincos entre Archibald y White, dio un salto bien alto al hombro de Circe, ya que la gata blanca no le quitaba los ojos de encima, viéndole con mucha hambre.

—No seas cobarde conejito, no te voy hacer nada.— reía la gata.

—Que desagradable.— se quejó Archie a su lado.—¿Acaso no te han enseñado modales?

White lo miro irritada, y cambio su cara a la de una serpiente, sacando la lengua, provocando que Archie corriera su cara al otro lado por el disgusto.

El camino por la aldea fue por demás agradable, la gente parecía ser simpática, siempre y cuando no se mencioné la magia. Al llegar a la Corte, Tomas los recibió a todos con los brazos abiertos, como si este fuera un gran amigo de toda la vida. Circe le presentó a Arabella, e Hisirdoux lo ignoró por completo.

—Ah, lady Pericles, se ve que le gusta meterse en graves problemas.— hizo un reverencia, llevándose un suspiro de gracia por parte de la bruja.

—Siempre me han parecido tan agradables los magos.— dijo acercándose a Tomás.—Menos tu, por alguna razón.— susurro en su oído.

—Vamos a darle fin a este pequeño asunto.— dijo nervioso, tirando su flequillo hacia atrás.

  Atravesaron un largo pasillo, distinto al de la mañana, el final de  este conectaba con un gran salón iluminado por grandes ventanales que permitían la entrada del sol. En el centro, sentado en una silla, bastante rustica, un hombre llorando, llamando a grito a Arabella. Una triste escena que provoco en todos algo de pena, menos en Arabella, quien lo escuchaba con disgusto, e irritación. 

La bruja, un tanto nerviosa por lo que presenciaba, dio pasos al frente para quedar cerca del hombre. Tomo aire muy profundo, abrió sus brazos hasta donde pudo, recitó un cántico antiguo, capaz de cortar con los encantamientos que unen a las personas. Sus manos empezaron a brillar, un aura rosada la cubrió por completo, para luego cubrirlo a él. El hombre, dejo de llorar. De aquélla magia solo quedaban pequeños destellos flotando en el aire. 

Arabella se acercó a él, lo vio muy de cerca, hasta que este cambio por completó su semblante, provocando que ella diera un paso hacia atrás. El color de su piel iba de a poco tornándose rojiza de rabia tanto por el embrujo como por la bruja quien solo se limito a sonreír.  

—¿Alguien nos proteger de un hombre poderoso y enojado?— preguntó viendo a Tomás.

—Se supone que quedarían libres si rompían el hechizo.— respondió poniendo frente a ella.

—¡Caballeros, detenerlos!— grito el noble.

Muchos caballeros de armadura plateada rodearon a los tres, ninguno tenia escapatoria. No se resistieron, pues sabían que iba a ser mucho peor.  Entre golpes y gritos los encerraron en un calabozo oscuro y húmedo, de barrotes gruesos, sin manera alguna de escapar por sus propios medios. Arabella vio a Circe, luego llevó su mirada a Hisirdoux, con quien no tuvo mucho intercambio de palabras. No podía creer lo rápido que cayeron en manos de un noble bobo.

¿A Que Le Teme Circe? - [Tales Of Arcadia, Au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora