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Baltimore volvió a abrir los ojos, y lo que vio no era para nada alentador. Frente a él se encontraba Hisirdoux que abrazaba el cuerpo sin vida de la hechicera. Aun sin tanta fuerza, se arrastro hasta ambos.

—¿Qué hiciste Circe?— preguntó con voz a dolorida, la vida le ardía la garganta.

La tristeza le invadió el espíritu. La paz de la muerte que cargaba en su rostro pecoso era hermosa a la vez que aterradora, sobre todo porque no vería sus ojos bicolor abierto otra vez. Su radiante sonrisa, ni oír su voz. Otra vez la dejaba ir, y la culpaba de que fuera por él lo invadía.

Atia presenciaba todo desde su trono. Tenia claro lo que había hecho, sin embargo no pudo evitar sentir pena o quizás tristeza ver a aquellos dos hombres tratando de buscar un ápice de vida en la hechicera. Le causo disgusto, una sensación que muy pocos lo lograban. En el fondo sabia que mas que disgusto era incomodidad. No podía hacer mucho, no debía hacer mucho, la idea de deshacerse lo que hizo crecía en su interior, pero no podía, no era su deber, así que solo los echo.

—Deben marcharse, cuando el sol cae, es peligroso acá.— señaló a pesar de que sol no entraba a ese lugar lúgubre.—Los malos de verdad se la querrán llevar si no lo hacen ustedes.

El pelinegro hizo en vano un intento de levantar el cuerpo. De llevarla en sus brazos, pero la delgadez, y la falta de energía, se lo impidieron, produciendo en el una impotencia bastante grande. No le parecía justo. Sin palabras para mediar nada, Baltimore alzó el cuerpo con cierta facilidad. Por su mente de le había cruzado decir algo, pero algo de lo impidió, porque si abría la boca quizás también lloraba, y no se sentía de humor para hacerlo.

Con el cuerpo de Circe en brazo se abrieron camino para salir de allí y no volver nunca mas.

•••

La calidez del lugar se equiparaba a la época de cuando vivió en Camelot. Tiempo en el que dejo de sentir el frío del aislamiento y la falta de cariño de las personas que la rodeaban. Dejo de sentirse la piezas final para una sacrificio.

  En Camelot sintió la calidez de estar viva.

Seguro la muerte no era tan malo como creía, solo fue dolorosa por un instante, y después de aquello la tibieza de un abrazo. Si hubiera sabido que iba a ser, se hubiese entregado a esta hace mucho para acabar con el temor de un clan enfurecido.

Al abrir sus ojos se encontró en un lugar iluminado. Tuvo que parpadear un par de veces para adaptar su visión a la claridad del lugar. Parecía su casa, en la que vivió siete largos años junto con Hisirdoux, y los familiares. Tan familiar y extraño a la vez, porque estaba ella sola, sin embargo no se sentía mal con esa soledad.

Miró a todos lados, queriendo dar con alguien, y así fue, frente a ella, de la nada misma, apareció una mujer. Tan pálida como la nieve a excepción de sus brazos, en ellos llevaba la noche misma, de estridentes ojos violetas, y cabellos del mismo tono, solo la envolvía una especie de toga, y un brazalete de oro. Cuando la reconoció, sus ojos se llenaron de lágrimas, un fuerte dolor en su corazón, en su pecho, le recordó sus últimos minutos de vida.

—Diosa Nix.— se arrodilló ante ella.—Imploro que me perdone por haber tardado tanto.

—Levántate mi pobre niña.— le extendió una mano, la cual Circe tomo.—Tu, tu no debiste morir, menos así.— dijo viendo su pecho.—Hace mucho que deje de aceptar sacrificios humanos, a cambio de mi sabiduría y todo eso.

—Igual el sacrificio era una trampa, solo me querían muerta.— confeso.—Creo que así debía ser, supongo.— soltó con liviandad, asumiendo lo que había sucedido.—Por cierto, Atia le manda saludos.  

¿A Que Le Teme Circe? - [Tales Of Arcadia, Au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora