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Un año después, el primer día de primavera, día que nació la pequeña Nenet, las flores no brotaron con su esplendor, el sol no era tibio, y no había brisa alguna. Era como si el invierno se hubiese apoderado de la belleza que implicaba la estación.

Se marcharon de Italia, para volver a la comuna que les dio cobijo quinientos años atrás. Todo era tan diferente, no habían carpas, sino pequeñas cabañas, o casas sobre los arboles. El lugar se había hecho tan grande, y aun seguía bien oculto del ojo humano.

La estación de las flores en Inglaterra no era lo mismo que en Italia. Para Circe en aquel lugar las cuatro estaciones le eran igual.

Nenet se veía como un bebe común, su cabeza estaba cubierta por un suave y rizado cabello anaranjado, y sus ojos eran verdosos, un tanto amarillento. Nada en ella indicaba que traía magia en su sangre, lo único que la diferenciaba del resto era la lagrima que llevaba en su pecho.

Calíope, la matriarca, decía que ese lunar tan característico eran las lagrimas de Nix y Selene, y que ellas iban por la tierra juntándolas, llevándose consigo los bebes que la poseían, para ser sus siervos, como lo era Atia.

  No había nada que hacer al respecto, todos esos niños crecían lejos de sus padres. Sin tener memorias, y carentes de cualquier emoción. Las diosas se llevaban pequeños cuerpos sin experiencias, para ir completandolos a su semejanza.

Circe nunca fue devota de nada. A pesar de a ver visto a Nix, nunca le rezó, pero el último año que paso le imploraba que hiciera la vista ciega. Al no tener ni señales ni respuesta, se resignó, hasta dejó de creer en ella a pesar de lo que sus ojos presenciaron cuando tuvo veintinueve años.

—Buscare tu alma por todo el mundo, lo juro.— le susurraba Circe a la bebe que dormía contra el pecho.

Aquella noche, no pudo dormir. No quería, las pesadillas era recurrentes, le parecía malévolo que se llevaran la vida de su hija mientras ella dormía. Baltimore la acompañó toda la noche, tomando la mano de la muy temerosa Circe. No lloraban, no les quedaban lagrimas, solo debían esperar a que el momento llegara.

Con la luna en lo mas alto, una encandilante luz entró al cuarto donde descansaban los nigromantes con su hija. De aquella figura apareció solo Nix, quien se sorprendió al ver a Circe, tan enojada con la diosa.

—Circe, cuando me contaron no lo podía creer.— dijo apenada caminando hasta ella.

De repente la diosa de la noche empezó a llorar de tristeza, Circe y Baltimore se vieron sin entender nada. La pelirroja alzó a su hija que dormía con placidez envuelta en una frazada verde, el brujo se levantó junto a ella, vio una vez mas a su hija y sonrió apenado. Era hermosa, como ninguna otra criatura en la tierra. Y ninguna otra, llenaría el hueco en su corazón.

Nix se acercó a aun mas a ellos. Circe no estaba dispuesta a soltarla, solo quería demostrarle que lo ella hacia era cruel.

—Reclamo a esta bebe, Nenet Hestigio de Ateria, como mi nueva sierva.— dijo llorando, sin poder parar.—Sera la estrella mas brillante en el firmamento, y la protectora mas devota acá en la tierra.

En cuestión de segundos la diosa se esfumó llevándose con ella a la hija de los nigromante. Fue algo súbito. No hubo arrepentimientos, ni miramientos. La tomaron sin ver a los ojos de la hechicera, ni ponerse en el lugar de su corazón.

Comprendió que las deidades eran egoístas, que nada más que ellos serían capaces de hacerle sentir algo.

Cuando Circe abrió sus ojos y vio que su hija no estaba, rompió en llanto; un grito de dolor, desde lo mas profundo de su ser, brotó de su garganta, provocando que las raíces bajo sus pies surgieran atreves de la madera del suelo, sin la necesidad de conjurar su hechizo.

¿A Que Le Teme Circe? - [Tales Of Arcadia, Au]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora