Pista 8: It must have been love (04:47)

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En el atestado policial se hacía constar la ausencia de marcas de frenada compatibles con los neumáticos de la moto accidentada. Tampoco existía evidencia alguna de otro vehículo o peatón que hubiera podido estar involucrado en el accidente. El laboratorio descartó inmediatamente la presencia de alcohol o drogas en mi organismo. La ausencia de testigos del momento de la colisión tampoco aportaba mucha luz para esclarecer el accidente. La policía terminó por dejar abiertas distintas posibilidades: distracción, malestar de la conductora o intencionalidad.

He estado dándole muchas vueltas a esa pregunta. ¿Qué pasó en aquellos segundos previos a la colisión contra el árbol? Que no se encontraron marcas en el lugar del accidente no quiere decir que yo voluntariamente me lanzara contra el árbol. Habría que valorar distintos escenarios posibles, y no todos concluyen en que intentara quitarme la vida aquella noche.

¿Tenía motivos?... sí, digamos que sí. Que cuando el amor de tu vida, el hombre con el que te vas a casar en tan sólo siete meses te dispara en el corazón con un rifle de francotirador, podría decirse que motivos había. Pero ¿de verdad habría merecido que yo hiciera aquello? Pero ¿y si lo hubiera hecho? ¿En que me convierte eso? ¿Soy la típica tía que no es capaz de sobreponerse de un desengaño amoroso? ¿Tan jodidamente débil y cobarde era? Pero es que estábamos dando por hecho que podría no ser un accidente, y yo no me veo así, no podía haberle concedido tanto poder sobre mí. No podía yo valer tan poco.

Mis padres no han querido sacar el tema sobre lo que ocurrió ayer, se han limitado a enseñarme fotos y videos de mis gatitas, ya descansando en casa de María y Nacho. Decidieron que era mejor que se quedaran de momento en su casa ya que hay siempre demasiado jaleo en casa de los Gómez como para complicarlo más con la entrada de dos nuevos inquilinos. Será sólo temporal, hasta que yo pueda dejar el hospital y me vaya a vivir de nuevo con mis padres.

Es curioso eso de irte de casa. Cuando eres más joven y discutes con ellos y piensas, y a veces dices, que cuando tengas dieciocho años te vas a ir de casa porque no te entienden y estás harta. Normalmente, al llegar a la mayoría de edad, vives tan bien en casa de tus padres, con tan pocas preocupaciones, que ni te planteas dejar el hotel con pensión completa y servicio de habitaciones en el que llevas viviendo toda tu vida. ¡Ni que estuvieras loca!

Cuando al final decides abandonar el nido, lo haces con mucha ilusión. Todo es nuevo, es como si fueras otra persona empezando otra vida. Y ahí estás super emocionada, ya sea porque te vas a vivir con unas amigas, o con el novio, o sola (las mas valientes). Nunca piensas en ese momento de la vida en el que tienes que volver, por caprichos del destino. Siempre tendrás tu sitio en casa de tus padres, eso es ley, pero hay una sensación como de fracaso detrás de volver al hogar, a esa habitación de adolescente, con posters de grupos musicales y peluches. Y a esa sensación me enfrentaba yo ahora. Volvía a ser una niña, y esta vez no era algo metafórico, no era una mujer de veintinueve años que volvía a casa porque lo había dejado con su novio, no necesitaba sólo un sitio donde quedarse. Yo volvía a casa porque no tenía otra opción en el mundo, yo sola no podía, volvía a necesitar ayuda, como una niña de cinco años. Y convertí estos pensamientos en cimientos sobre los que empecé a construir la casa donde debía esconder mis miedos.

Pero hoy quería que fuera algo más alegre. Era viernes y esperaba que Amelia hoy viniera a verme, porque si al final hoy tampoco venía, ya no la vería hasta el lunes y solamente de pensarlo se me estaba nublando el día.

A eso de las once, yo ya estaba impaciente, debía notarse porque hasta mi madre me preguntó que me pasaba, que me veía inquieta.

No tuve que esperar mucho porque al poco ya sonaban los nudillos en la puerta y aparecía Amelia. Me había acostumbrado a verla todos los días y no me gustó la experiencia de cambiar de fisio, que no le pasaba nada malo, bueno, sí, que no era Amelia.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora