Pista 19: Iridiscent (04:55)

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Los días iban y venían. Pasaba un día y luego otro similar al anterior, como las cuentas de un rosario. Ya casi rozábamos el fin de semana aunque aún tenía por delante un largo día de trabajo, porque estar en el hospital era lo más parecido a un trabajo. Esta consecución de días iguales se había convertido en mi rutina y parecía que me había acostumbrado a que en mi agenda siempre pusiera lo mismo.

8:30 a.m. Aseo

9:30 a.m. Desayuno

10:00 a.m. Deberes

11:00 a.m. Gimnasio/Piscina

12:00 a.m. Vuelta a la habitación/Lectura/Charla/RRSS

2:00 p.m. Comida

3:00 p.m. TV/Lectura/Charla/Siesta

5:00 p.m. Paseo y cafetería del hospital/Visitas

6:00 p.m. Paseo (continuación) / Visitas/ Logopedia (2 veces a a la semana)

7:00 p.m. TV/Visitas

8:00 p.m. Cena

9:00 p.m. TV/Lectura/RRSS

11:00 p.m. Dormir

El momento del aseo puede parecer algo sencillo y cotidiano pero para mí suponía un gran esfuerzo. Empezaba necesitando la ayuda de la persona que hubiera pasado la noche conmigo, habitualmente mi padre o mi madre, ya que aunque había mejorado mucho las transferencias a la silla, desde la cama era mucho más difícil que desde la silla de ruedas al inodoro. Y debo reconocer que tengo mucha suerte porque ya puedo asearme yo sola y una vez en el baño soy capaz de pasar, sin necesidad de ayuda, de la silla de ruedas a la silla del interior de la ducha, gracias a que está a ras del suelo. Quitarme la ropa era mucho mas fácil que ponérmela, así que en ese sentido tampoco necesitaba ayuda. Cuando terminaba de asearme, si mi madre había pasado la noche conmigo era ella quien me ayudaba a vestirme, si por el contrario era mi padre, entonces mi madre ese día vendría un poquito antes para ayudarme con esa tarea, ya que a mi padre le cuesta sentirse cómodo en esa situación.

Desde el primer día entendí que lo más importante de mi jornada era lo que pasaba entre las once y las doce de la mañana. Al principio no sabía muy bien por qué, lo relacioné más con estar con alguien ajeno a mi entorno, alguien diferente que me hacía desconectar de mis peores momentos de estrés por no recordar quien era, que a pesar de estar haciendo sólo su trabajo, lo hacía con mucho cariño, no como si estuviera montando un mueble de IKEA. Yo notaba que mis logros también eran los suyos, que cuando yo me alegraba ella también lo hacía. Sentía que esa hora estaba más cerca de estar con un amiga que de estar con una chica de bata blanca cualquiera que hace su trabajo y se va.

Hoy era el último día de Amelia porque la semana que viene era el puente de La Constitución y ya me había dicho que se cogía vacaciones. Los festivos caían en miércoles y viernes y como buenos españoles, era de obligado cumplimiento aprovechar para cogerte esos y todos los que se pudieran. No habías estado todo el año ahorrando días de vacaciones para dejarlos escapar. No era tarea fácil, tocaba luchar por ellos. Después de un tira y afloja con los compañeros para decidir quien se va a coger la semana de Navidad, quien la de Nochevieja y quien el puente de diciembre, por fin llega el día y puedes irte de puente habiendo hecho algunas promesas a los compañeros para las vacaciones del año que viene que no sabes si cumplirás.
A mi también me gustaba mucho cogerme ese puente. Nunca me quedaba en Madrid. Era esa semana milagro en la que convertías dos días de festividad nacional en nueve días y que sólo te costaba tres preciados días de tus vacaciones. Era sin duda, el momento idóneo para declarar una huelga de pilotos, de tripulación, de controladores aereos, del personal de tierra... Si tenías suerte y no te pillaba ninguna de ellas, eran unos días perfectos para coger un avión y perderte muy lejos. Eran unas fechas que servían para disfrutar de esos días previos a las Navidades y una manera estupenda de terminar el año, antes de embarcarnos en esa espiral de compras, comilonas y cervezas con los amigos que es en lo que se convertía la Pre-Navidad y la Navidad para cualquier mundano.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora