—Ciriaco, Cata, vengaaaa —les llamó Marisol desde el salón.
—¿Seguro que no queréis que os acompañe el abuelo? —preguntó Manolita.
—No te ppreocupes, mamá. Marisol y yo podemos hacernos cargo de estos dos trastos —aseguré con una sonrisa.
—No, ni hablar. Deja los muñecos, que los vas a perder —indicó nuestra madre a Ciriaco en cuanto le vio aparecer con una figura de Marvel en cada mano.
—Es que yo quiero jugar —se quejó el pequeño.
—Si tienes las manos ocupadas no vas a ppoder coger los caramelos que lancen los Reyes Magos —le recordé.
—Yo voy a cogerlos todos —dijo Catalina, que ya se había puesto el abrigo y esperaba impaciente en la puerta.
Ciriaco le dio sus muñecos a mamá, que le ajustó la bufanda para que no cogiera frío. Todavía recordaba la última cabalgata con pavor. Ambos críos se pasaron una semana en la cama con fiebre.
—Por favor, hijas, que no se quiten la bufanda ni se abran el abrigo.
—Tranquila, mamá. Sólo vas a tener que preocuparte de racionarles la tonelada de caramelos que vamos a traer —dijo Marisol antes de coger el bolso y darle la mano al pequeño Ciriaco.
—Tened mucho cuidado, que ya sabéis que hay muchísima gente y suele haber empujones —insistió Manolita, sin poder evitar estar algo inquieta.
—Voy a estar bien —tranquilicé a mi madre, al darme por aludida con sus advertencias.
—Si te cansas o ves que la gente se pone muy bruta... —dijo colocándome mejor la bufanda, como hace un rato había hecho con mi hermano.
—Nos volveremos a casa. No te ppreocupes.
—Pues venga, pasadlo bien —se despidió en la puerta mientras nos metíamos los cuatro en el ascensor.
El metro era un hervidero de gente. Familias con niños pequeños con un mismo destino: la Cabalgata de Reyes.
—Hola chicas... y chico —dijo quien aguardaba en los tornos de salida.
—Fede, perdona. ¿Llevas mucho esperando? —Me colgué de su cuello para darle ese abrazo que ya echaba tanto de menos.
—No, he llegado ahora mismo. ¿Cómo está mi niña? —preguntó apretándome contra él y elevando mis pies del suelo.
—Ahora muy bien. Ttenía muchas ganas de verte.
—Yo estaba loco por volver a Madrid. Quiero mucho a mi familia y me encanta pasar estas fiestas con ellos, pero necesito recuperar la normalidad. ¿Qué tal vuestros padres y abuelo?
—Están todos bien. Gracias.
—Creí que iba a venir también Manolín —indicó antes de darle dos besos a mi hermana.
—En el último momento se ha rajado y ha quedado con los amigos —contestó Marisol.
—¿Y Amelia? —susurró en mi oído.
—Luego te cuento —respondí.
Como mandaba la tradición, la familia Gómez siempre buscaba hacerse un hueco en el Paseo de Recoletos, a la altura de la Biblioteca Nacional. Cuando alguno se perdía, sólo tenía que esperar en la puerta de aquel edificio hasta que fuéramos a recogerle. Ahí teníamos nuestro punto de encuentro.
—Madre mía, esto ya está abarrotado y aún no ha empezado —resopló Marisol. —¿Creéis que podremos meternos por ahí para avanzar?
—Sí, vamos a abrir paso ccerca de la valla —afirmé al ver una zona más despejada entre la multitud.
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Eternal Flame
FanfictionUn grave accidente cambia la vida de Luisita para siempre. Todo lo que había planeado en su ordenada vida se desmorona como un castillo de naipes y tiene que aprender a jugar con las nuevas cartas que le han tocado. La vida se ha guardado un as bajo...