—Manolín, pásame el agua —le pidió Marcelino. —Y deja ya el móvil que estamos comiendo.
—Sí, ya voy. Es que estoy...
—Haz caso a tu padre —intervino Pelayo. —No sé qué os pasa a los jóvenes. Es increíble la adicción que le tenéis a ese aparatito.
—Sí, suegro. Ya podría estar igual de pegado a los libros de texto que al teléfono —remató Manolita.
—Que ya lo dejo —se quejó el chaval mientras soltaba el móvil con resignación.
—Pues así todos los días —comentó Marcelino dirigiéndose a las visitas.
La comida de los domingos en casa de los Gómez era una tradición a la que intentaba no fallar ninguna de las hermanas. Aun habiendo abandonado el nido hace varios años, tanto María como Luisita acudían a esa cita siempre que les era posible. Ellas y sus extensiones tenían siempre un hueco bajo ese techo. La ausencia de Sebastián había sido ocupada por Amelia, que ya era familia antes de saberlo ninguna de las interesadas. Esta vez, María y Nacho estaban a miles de kilómetros de allí, en la misión más importante de sus vidas: traer a un nuevo miembro a esa familia. Habría que sumar una nueva silla en torno a la mesa, ya de por sí repleta.
El móvil de Manolita sonó, avisando de un mensaje entrante. La madre, que esperaba noticias de las personas que faltaban en esa comida, se levantó inmediatamente y volvió con él entre las manos.
—Claro, si el móvil lo cojo yo... —rechistó Manolín, que inmediatamente se vio atravesado por la mirada fulminante de su padre.
—Es María. Que tiene una buena noticia, dice —informó ella después de leer el mensaje.
—Llámala. Corre —le reclamó Marcelino. —Pon el altavoz.
Manolita se sentó de nuevo y colocó el móvil centrado en la mesa antes de darle al botón que iniciaba la llamada.
—Hola, hija. ¿Qué tal?
—Hola, mamá. No quería molestaros. Estaréis comiendo.
—Hola —se entremezclaron los saludos del resto de integrantes de la mesa.
—Hola, gente —respondió María animada.
—No molestas, mi vida. Cuéntanos la buena noticia. Te escuchamos todos.
—¡Ya tenemos billete de vuelta! —respondió sin poder contener el entusiasmo que transmitía su voz.
Las miradas de los presentes se cruzaron en aquella mesa, que no era ya una comida normal; se había convertido, de pronto, en una celebración. Amelia cogió de la mano a Luisita bajo la mesa para apretarla muy fuerte. No por reparo a mostrar ese gesto de cariño, sino porque no quería compartir con nadie más ese momento íntimo entre ellas. Luisita le devolvió una mirada brillante por la emoción; la misma que su hermana tendría al otro lado del teléfono; la misma que su madre se cubría con la mano, conteniendo las lágrimas.
—¿!Cuándo!? —preguntó impaciente Marcelino.
—El jueves por la mañana podremos sacar a Arya del orfanato —respondió nerviosa. —Nuestro vuelo sale a mediodía.
—¿A qué horas llegáis a Madrid? —quiso saber Manolita, que ya se había recompuesto un poco.
—Teniendo en cuenta las escalas, alguna de ellas bastante larga, no llegaremos hasta el viernes por la mañana. Muy temprano.
—Iremos a buscaros —comentó Marcelino acelerado.
—No os preocupéis. Cogeremos un taxi. Es muy mala hora.
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Eternal Flame
FanficUn grave accidente cambia la vida de Luisita para siempre. Todo lo que había planeado en su ordenada vida se desmorona como un castillo de naipes y tiene que aprender a jugar con las nuevas cartas que le han tocado. La vida se ha guardado un as bajo...