Pista 45: Don't deserve you (03:33)

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Un rayo de luz entraba a través de las cortinas de aquella habitación que no era la suya. El brazo de Luisita que la envolvía desde atrás le hizo recordar dónde estaba.

—¿Puedo dormir contigo esta noche?

—Claro. —Sonrió tímida Luisita.

Amelia pasó al salón, que ya conocía, mientras vio a Luisita desaparecer por el pasillo. Al cabo de un rato, asomó de nuevo con ropa de cama para vestir el sofá, así como para ella.

—Toma, ppruébate uno de mis pijamas.

—Gracias.

—Y aquí tte dejo unas sábanas para...

—Luisita, ¿puedo dormir contigo? —suplicó.

La propuesta le sorprendió tanto que no supo cómo reaccionar.

—Eh... sí, claro. Mi cama es un ppoco pequeña, pero...

—Me da igual —aseguró Amelia.

—Vale. Te dejo cambiarte. Estaré en la habitación.

Luisita la esperó metida en la cama, intentado pegarse a la pared para dejarle espacio suficiente a Amelia. Ésta apareció vestida de azul, con aquel pijama de felpa que hizo que su dueña no pudiera contener una sonrisa al verla entrar. Se acomodó a su lado con las luces apagadas. Luisita no pudo contener las ganas de preguntarle por qué no estaba con Sara o qué había pasado.

—Amelia...

—Por favor, abrázame —le interrumpió en un susurro. —Sólo abrázame.

Le vino todo a la mente en cuanto despertó. Tomó aire y se giró para quedar frente a ella, muy despacio, para no despertarla, intentando no deshacer su abrazo. Su noche no había sido mucho mejor que la de la morena. A las dos les costó dormirse al no poder desconectar de todo lo que había pasado horas antes. Aún inquietas, ambas se mantuvieron en silencio y abrazadas, a la espera de que les venciera el sueño.

Apenas cabían en esa cama, pero Amelia no la cambiaría por ninguna otra, aunque fuera más grande o más cómoda, porque era exactamente allí donde quería estar. La respiración de Luisita era sosegada y tranquila. Un mechón de su pelo rubio caía sobre su cara, sin poder ocultar, a pesar de todo, la belleza que había detrás.

Amelia no pudo evitar que una lágrima viajara hasta la almohada al darse cuenta, incluso teniendo claro lo que quería en su vida y lo que no, del daño que provocaba a la persona con la que acababa de despertar. Podía ver los pedazos de su alma, hecha añicos, clavados en la piel de Luisita, sin que ella se quejara siquiera. Retiró con sumo cuidado el mechón que impedía verle el rostro en su totalidad y quiso besarla, pero se contuvo, en parte por no despertarla, en parte por no estar segura de poder seguir con aquello. La bella durmiente entreabrió los ojos mostrándole su dulce sonrisa, hasta que se percató de su mejilla húmeda.

—¿Estás bien? —preguntó preocupada, acariciándole la espalda, estrechando ligeramente el abrazo.

—Buenos días, Luisita —sonrió de la forma más convincente que pudo.

—Buenos días. ¿Te enccuentras bien? —insistió, secando aquella lágrima con una caricia.

—Deberíamos hablar.

—Claro.

La mirada de Luisita perdió su brillo al escuchar esas palabras. Las dos se quedaron calladas, hablando simplemente con los ojos, con el dolor que había en ellos.

—¿Qué te parece si pprimero nos duchamos y hablamos durante el desayuno?

—Me parece bien —asintió la morena.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora