Pista 36: Cómo decirte adiós (03:33)

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Aquel domingo, Luisita entró en la cafetería y buscó una mesa libre cerca de la ventana. Se quedó observando a través del cristal el ir y venir de la gente cargada de bolsas de todos los tamaños y abrigada ya como si estuvieran en pleno invierno. El otoño, en sus últimos coletazos, daba paso a días cada vez más fríos y eso ya se había notado en la bajada brusca de temperatura de los últimos días. También podía apreciarse ese nerviosismo que se respiraba en la ciudad los días previos a Navidad. Las calles ya vestían la decoración propia de la época y los niños, y no tan niños, esperaban con ilusión que llegara el momento del encendido del alumbrado tradicional en Madrid. No obstante, aún quedaban algunos días para que eso ocurriera. Ver a la gente cargada de regalos le hizo pensar en aquello que deseaba más que nada en el mundo, y que se sumaría a todas esas cosas que pidió de niña a los Reyes Magos y estos nunca le trajeron, como aquel Cuco Loco Gorgoritos.

—Cielo, aquí tienes el café —dijo la camarera al dejar la taza delante de una pensativa Luisita.— Y un bombón porque pareces triste y el chocolate siempre anima.

—Muchas gracias. —Forzó una sonrisa a esa chica tan amable que había sabido leerle tan bien, antes de volver a mirar la hora en el móvil.

—¡Ya estoy! —exclamó agitada María. —Perdona el retraso.— Se agachó para darle dos besos a su hermana.

—Nada, ttranquila. Aunque he empezado sin ti —dijo señalando la taza que tenía delante.

—¿Me puede traer otro café con leche a mí también? —indicó María a la camarera que se había acercado a la mesa al verla entrar. —Bueno, Luisi, que sepas que me dejaste un poco preocupada con tu mensaje —comentó mientras se quitaba la cazadora y la colgaba junto con su bolso, en el respaldo de su silla.

—Perdona, no quería ppreocuparte, es sólo que quería hablar contigo y prefería que no fuera en casa —explicó agachando la mirada.

—Entonces supongo que vamos a hablar de Amelia.

Miró el reloj, un poco impaciente por saber cuál era el motivo por el que Natalia le había convocado y pedido absoluta discreción sobre ese encuentro. Repasó de nuevo el mensaje: «Tengo que hablar contigo. No le digas nada a Amelia y busca una excusa para que nos veamos hoy mismo». Lo extraño no era el mensaje, que también; lo que había descolocado a la pelirroja fue el momento en el que lo recibió. Ese día habían organizado una comida en casa, para reunirse con sus amigos Carlos y Natalia. Hacía tiempo que no se veían los cuatro y habían decidido no seguir dejándolo pasar y reservar el domingo para disfrutar de una agradable tarde de charla y risas, como era habitual cada vez que se encontraban con la pareja. Se marcharon poco después de merendar, pero fue justo el momento de la merienda el elegido por Natalia para mandarle ese mensaje cargado de secretismo desde la otra punta del sofá, mientras se llevaba un manolito a la boca.

—Ya era hora, guapa —se quejó Sara cuando apareció su amiga.

—Pero si hemos quedado a y media, y son y veintiocho.

—Bueno, pero ya sabes que me gusta llegar pronto y llevo aquí un rato.

—Ése es tu problema, que eres una loca de la puntualidad —rio Natalia.

—Yo quiero un café, ¿y tú? —preguntó Sara antes de hacerle un gesto a un camarero para que se acercara.

—Yo otro.

—Dos cafés con leche, por favor —indicó al camarero, para volver a centrarse en Natalia. —¿Qué ocurre?

La camarera amable llevó el café que faltaba a la mesa de las hermanas, esta vez sin bombón.

—Sí, por supuesto qque vamos a hablar de Amelia —confirmó Luisita.

—Ya me dijo mamá que no habéis parado en toda la semana. Cuéntame hermanita. ¿Qué tal lo de estar con ella a solas?

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora