Pista 35: Amor del bueno (04:00)

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—Gracias, Amelia. Hasta mañana —se despidió a través de la ventanilla.

—Hasta mañana, Luisita —contesté sin mirarla.

El coche ya estaba arrancando. Había girado la llave en el contacto como una vía de escape. Quería salir de allí, pero también quería ir detrás de ella y abrazarla, para que supiera que yo estaba allí, que me importaba.

Acababa de echar a Luisita del coche y estaba huyendo. No se lo merecía.

Clavé mi mirada en el infinito, intentando asimilar todo lo que acababa de pasar. ¿Qué acababa de pasar?

Busqué el teléfono en mi bolso. Abrí el chat de Luisita. Tenía que pedirle que volviera, que me perdonara por no haber sido capaz de decirle nada, que bajara para hablarlo. Me quedé paralizada delante de la pantalla. ¿Qué le iba a decir?

—Hola, guapa —saludó risueña Natalia al otro lado del teléfono.

—¿Podemos vernos? —pregunté a bocajarro. —Por favor —supliqué.

—Claro. ¿Ahora?

—Sí. —Se me rompió la voz.

—Amelia, ¿qué ha pasado? ¿Estás bien? ¿Habéis vuelto a discutir?

—Estoy en el coche. Puedo a llegar a tu casa en 10 minutos. ¿Te viene bien?

—Sí. Vente. Te espero.

Colgué el teléfono.

En mi pecho, agitado, un corazón perdido. Tan perdido como me encontraba yo en esos momentos. Miré hacia el portal. No había corrido detrás de ella, la había dejado irse así.

Salí del aparcamiento sin mirar. Un coche que venía detrás hizo sonar el claxon y me asusté. Pude ver por el retrovisor como un hombre de mediana edad gesticulaba enfadado y leí en sus labios lo poco que le había gustado mi maniobra. Frené y me adelantó de mala gana con una mirada llena de ira. Tenía que tranquilizarme.

Tuve mucha suerte y aparqué el coche bastante cerca de su casa. Subí los escalones de dos en dos hasta llegar a su puerta, donde llamé al timbre y esperé impaciente.

—Amelia, ¿qué ha pasado? —Me recibió mi amiga

—Todo ha pasado —contesté mientras atravesaba la puerta.

Dejé el bolso sobre la mesa del comedor mientras Natalia me miraba extrañada.

—¿Está Carlos? —pregunté.

—No, está de afterwork con los compañeros. Han cerrado un tema importante en el trabajo y lo están celebrando. —Extendió su brazo para indicarme que me sentara—. ¿Una cerveza?

—Agua, si no te importa —respondí.

—Esto es grave, entonces.

Se acercó al sofá y dejó dos vasos de agua sobre la mesa de centro.

Natalia se sentó a mi lado y cogió mis manos, que se movían inquietas sobre mi regazo.

—¿Os habéis vuelto a pelear?

—No tiene que ver con Sara —indiqué.

—Pues cuéntame. ¿Qué ha pasado?

—A ver, no sé muy bien por dónde empezar.

—Por el principio siempre ha sido lo mejor.

—Sabes que estoy atendiendo a una paciente fuera del trabajo, que ya te lo conté.

—Sí, me sorprendió que aceptaras ese trabajo.

—Ya te dije que soy su fisio desde antes de que saliera del coma y que me apetecía seguir tratándola porque es asombroso verla evolucionar tan rápido.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora