Empezaba un nuevo lunes sintiéndome una persona distinta. Como si este fin de semana hubiera renacido. Tantas emociones concentradas en apenas cuarenta y ocho horas. Estos dos últimos días me habían hecho reflexionar y darle muchas vueltas, no sólo a mi presente, sino a mi pasado y había empezado a atar cabos.
Amelia no se había ido a Roma con Sara, pero en cualquier caso tampoco iba a poder verla, por lo que el resultado era básicamente el mismo. Contando desde hoy, siete largos días por delante.
Mi hermana me había hecho darme cuenta de cosas que quizás no había sido capaz de ver desde el cristal a través del cual yo las miraba. No había sido consciente de hasta que punto me hacía falta tener esa conversación que ella forzó. No lo supe hasta que ocurrió, hasta que mi hermana conoció a la Luisita que se quedaba embobada delante de Amelia. Esa era la Luisita que María intuía desde siempre y la que yo conocía apenas hacía unas semanas. Que ciega había estado.
Una vez ya había pasado aquel mal trago con mi hermana, ya me sentía capaz de hablarlo de manera más relajada con Fede. Y cuando lo hice, sentí como si me hubiera quitado un gran peso de encima, al expresar en voz alta, aquello que hasta ahora sólo me había atrevido a pensar.
Mi conversación con Fede realmente me sirvió de mucho y aclaré gran cantidad de dudas, lo que me ayudó a dejar de tener miedo a lo que se esperaba de mí. A no ser hetero. Todavía no sabía que etiqueta iría conmigo, sólo sabía que esa no era.
Marina y Mateo llegaron un poco más tarde, después de liberarme de aquel peso. Creí que ver a Marina después de aquello me iba a resultar raro, pero no lo fue, al fin y al cabo aquello pasó hace muchos años y lo que pude sentir por ella ya no estaba allí. Aquello lo enterré tan profundamente que es como si nunca hubiera estado. No es que lo hubiera olvidado, es que no me dejé entender lo que me estaba pasando, por lo cual nunca había ocurrido.
Como le dije a Fede después de tener la conversación más importante que hayamos tenido nunca, aún necesitaba tiempo para familiarizarme con todo aquello, con nuevos recuerdos que nunca han sido nuevos, solamente habían sido alterados por mi necesidad de protegerme.
Ahora podía mirar atrás y recordarme con esas personas: Verónica, Rebeca, Marina y muchas otras chicas de mi vida y darme cuenta de que nunca he querido ver lo que al parecer era tan evidente.
Me vi en el colegio, jugando con Vero, creciendo juntas y supe inmediatamente que mi hermana tenía razón, que posiblemente ella fuera mi primer amor y mi primer corazón roto porque yo era una niña. ¿Qué iba a haber hecho de haberlo sabido? Sólo me alegro de no haberme dado cuenta entonces porque así ha sido mucho más fácil.
Después de esos recuerdos, un puñado de otros tantos con alguna chica del instituto, con mi monitora del campamento, con mi profesora de educación física, hasta llegar a Marina. Ella fue la última chica a la que vi con ojos que no eran de amiga. Sebastián se convirtió en mi refugio después de aquello, después de esconder toda esa tristeza que me provocó saber que Marina había conocido a un chico maravilloso y que ahora él sería mucho más importante que yo, igual que ocurrió cuando Verónica empezó a salir con Ángel en el colegio.
Volvía a sentir que estaba de nuevo sola en este mundo. Que no había nadie para mí. Sebastián fue para mí. Creí que así era porque lo deseaba con todas mis fuerzas. Tenía que serlo. Marina y Pablo rompieron pero yo ya estaba metida de cuerpo entero en mi relación con Sebastián. Me había lanzado a esa piscina, en la zona donde no se hace pie, y creía ser feliz inmersa en esa sensación de sentirme querida y protegida, de soñar con un futuro en el que no volvería a estar sola. Hasta que la muerte nos separe sería. Pero eso era un espejismo, como lo había sido mi heterosexualidad hasta hoy. Sebastián hundió y sujetó mi cabeza en el fondo, sin dejarme salir a respirar y lo que yo creía que era lo que necesitaba, lo que deseaba, se convirtió en una trampa mortal. Sólo quería salir de allí.
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Eternal Flame
FanfictionUn grave accidente cambia la vida de Luisita para siempre. Todo lo que había planeado en su ordenada vida se desmorona como un castillo de naipes y tiene que aprender a jugar con las nuevas cartas que le han tocado. La vida se ha guardado un as bajo...