Pista 9: Better in time (03:54)

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Ayer me di cuenta de que Sebastián me importa más de lo que estoy dispuesta a reconocer, aunque no quiera, aunque me de tanta rabia que así sea, pero también me di cuenta de la suerte que tengo de estar rodeada de gente maravillosa que va a estar ahí y que van a servirme de apoyo siempre. Real y figuradamente.

Estos momentos de debilidad sólo demuestran que después de todo soy humana y que hay cosas que requieren tiempo y que no basta con intentar dar carpetazo para que todo lo que duele desaparezca. Quizás el dolor que tengo aquí en el pecho, se quede un poquito más, quizás pronto ya no duela, pero de momento, debía aprender a escucharlo porque tenía muchas cosas que enseñarme.

"La energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma".

¿Qué tal transformar el dolor en algo que pudiera usar para seguir adelante? Quizás creí haber perdido algo. Quizás nunca lo tuve. Me tengo a mi misma. Me he encontrado.

La gente que me rodeaba es quien me jalea a ambos lados de la carretera, mientras subo corriendo esa pendiente que parece no terminar nunca. Ellos me dan fuerza para que no abandone la carrera, para que llegue hasta el final. Ellos son mi familia, mis amigos y ahora también mi fisioterapeuta.

Amelia y yo volvimos abrazarnos. Sí, la primera vez no fue un abrazo, pero yo lo sentí como si así fuera. Cierto es que ayer me dio uno de verdad, un abrazo que lleno mi alma de calma y sosiego, que secó mis lágrimas, tanto las que se veían como las que no, las que se derramaban por fuera y por dentro. Yo me dejé acunar como si fuera una niña pequeña que necesitaba consuelo, porque en el fondo no dejaba de serlo. Yo aún era esa niña. Noté que ese terremoto que se había desatado con aquella canción, se apaciguaba y olvidaba todo aquello que me había roto por dentro. En brazos de Amelia.

Este fin de semana iba a desafiarme a mí misma. Tenía planes. Tenía un reto. Me había propuesto hablar y no era tarea fácil. Dar el paso de escucharme fuera, no sólo en mi cabeza, era algo para lo que no sabía si estaba preparada, pero quería hacerlo.
Lo iba a lograr por mis padres, mi abuelo, mis hermanos... por Amelia.
Ella no me ha escuchado nunca antes, así que si no consigo que salga mi voz de manera adecuada le puedo decir que yo siempre he hablado así, como si tuviera una patata caliente en la boca.

Amelia me había dejado deberes, así que después de desayunar, me dediqué a hacer los ejercicios. Mi padre me estuvo ayudando un poco y yo creo que ella podrá estar orgullosa de mí porque he sido muy aplicada y hasta yo veo pequeñas mejorías cada día. Detalles que me muestran un camino no tan oscuro como pensaba al principio. Yo me siento también orgullosa.

Mi madre me dejó el móvil y estuve viendo otra vez las fotos y los videos de las gatitas. Mi hermana les había comprado un nuevo árbol rascador más grande y estaban las dos disfrutando como locas con su nuevo juguete.

El lunes se las tengo que enseñar a Amelia.

Los fines de semana paseábamos más, por allí, por dentro del hospital, en silla de ruedas, claro está. A veces, cuando me empujaba Manolín, sentía cara de velocidad y a veces incluso un poquito de miedo. Al final mis padres terminaron por no dejarle empujarme. Cuando me pasaban de la cama a la silla de ruedas, mis padres solían pedir ayuda algún enfermero y siempre me decían lo sorprendidos que estaban de lo bien que lo hacía. Me hubiera gustado haber tenido la capacidad de presumir de fisioterapeuta.

Tengo a la mejor.

En general el fin de semana transcurrió muy tranquilo aunque con alguna que otra sorpresa.

Mi abuelo apareció el sábado por la tarde, con mis hermanos pequeños, Catalina y Ciriaco. Se habían puesto tan pesados con venir a verme, que al final mis padres no pudieron seguir impidiéndoselo.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora