Pista 47: I don't want to miss a thing (04:59)

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Amelia salió del coche y le tendió su mano para ayudarle a salir. La estrechó entre sus brazos allí mismo, haciéndole saber que estaba ahí y que no se iría a ningún sitio. Eran dos figuras anónimas en medio de la calzada, en plena noche, bajo la luz de las farolas, mientras su taxi desaparecía al girar la calle. Amelia la miró con los ojos cargados de «todo va a salir bien» mientras un copo de nieve se posaba en su nariz.

Subieron en su ascensor. Esta vez ningún vecino ni perro invadió aquel espacio que ahora les pertenecía sólo a ellas. Permanecían una frente a la otra. Amelia rodeaba su cintura con los brazos. Luisita apoyaba la cabeza en su hombro, como si bailaran una canción que tan sólo ellas podían escuchar. Una vez las dos se encontraron frente a la puerta, Luisita buscó las llaves en el bolso, mientras Amelia permanecía callada a su lado. Accedieron al piso con sigilo. Pasaban diez minutos de la una y todo parecía indicar que María y Nacho aún no habían vuelto de la cena en casa de sus amigos, a juzgar por el silencio y la ausencia de luz, lo que supuso un gran alivio para su hermana, que se ahorraría tener que dar unas explicaciones que ahora mismo no tenía el ánimo de dar.

Luisita encendió la luz del salón. Las gatas salieron de sus escondites, desperezándose, mientras se acercaban a las piernas de las recién llegadas entre ronroneos. Ambas sucumbieron a la necesidad de mimos de las reinas de la casa antes de encaminarse, por el pasillo, hasta la habitación.

—Debería haberte ofrecido algo de beber, ppero... —se disculpó Luisita.

—No te preocupes por eso. Es tarde.

—Pero también es viernes.

—A mí éste me parece un buen plan. —Sonrió—. ¿Puedo pasar al baño?

—Claro, estás en tu casa.

Mientras ella se ausentaba un momento, Luisita le buscó un pijama, para empezar a ponerse el suyo a continuación. Amelia no tardó en volver.

—Perdona —se disculpó Amelia al entrar y encontrársela a medio vestir, a la vez que desviaba la mirada hacia la ventana.

—No te preocupes. —Terminó de subirse los pantalones—. Pasa. Te he dejado un ppijama sobre la cama.

Amelia sonrió al ver que se trataba del mismo que usó la última vez que durmió con ella; la primera vez que durmió con ella.

Esta vez fue Luisita la que se ausentó un momento para ir al baño. Cuando regresó, se encontró a Amelia sentada en la cama mirando su móvil. No dudó en ocupar un lugar junto a ella, que apagó la pantalla para dedicarle toda su atención.

—¿Estás bien? —preguntó a la par que le retiraba, con delicadeza, el mechón rubio detrás del que se escondía.

—Creo que sí. —Asintió Luisita—. Gracias por qquedarte.

—Gracias por permitirme quedarme. —La atrajo hacia ella para abrazarla—. ¿Quieres que hablemos de lo que ha pasado? —preguntó tras separarse.

—No sé qué me ha ppasado —respondió con un halo de tristeza en su mirada.

—¿Has hablado con alguien de tu accidente?

Luisita negó rotundamente con la cabeza, al tiempo que asomaba una lágrima que ponía en evidencia sus miedos.

—No tienes por qué hablarlo conmigo, pero quiero que sepas que, si quisieras hacerlo, yo voy a estar para escucharte y abrazarte siempre que lo necesites.

—No puedo —respondió con la voz rota por las lágrimas que bajaban sin control por sus mejillas. —No puedo —repitió sollozando, mientras se colgaba del cuello de Amelia, como si de una tabla salvavidas se tratase.

Eternal FlameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora